04/12/2022
 Actualizado a 04/12/2022
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Es una batalla perdida, pero para mí «evento» siempre será un «hecho imprevisto o que puede acaecer», como recoge la segunda acepción del diccionario de la RAE. Es verdad que para la mayoría de la gente tiene justo el significado opuesto, y que hay hasta quien dice que se dedica a la «organización de eventos» (esto es, saraos) con mucha pompa y boato. Pero una de las primeras cosas que me enseñó Fran Chacón es que el ‘palabro’ es en realidad un anglicismo y que nuestro bello idioma tiene otros muchos giros para hablar de actos, acontecimientos o espectáculos sin tener que recurrir a él.

Ahora que Fran no está, siento que, de alguna manera, sigue viviendo a través de estas cosas. Fue un maravilloso maestro en lo laboral, y aprendí de él un montón de cosas que continúo poniendo en práctica. También recuerdo su risa grande, el giro que hacía con la mano delante del cuerpo cuando había un chisme bueno o cómo repetía lo de «qué desastre» cuando se refería, cariñoso, a mí. Era buena gente, que iba a su putísima bola, generoso y que siempre me ayudó sin esperar nada a cambio. Muchos comparten conmigo esta sensación.

En los últimos meses pienso mucho en que nuestra misión es ser como máquinas de memoria. Almacenar recuerdos de otras personas para luego repetirlos y hacer que los que ya no están permanezcan entre nosotros. Estamos aquí para dar testimonio, incluso de quienes murieron muchos años atrás, pero que siguen presentes y ayudándonos a tirar para adelante.

El dolor –es algo que vamos aprendiendo– va unido de manera inextricable a la felicidad. La muerte de Fran ha servido para que afloren en muchos las semillas de lo que nos dejó. Seguramente no sabíamos que estaban ahí; siempre enredados en historias y preocupaciones sin importancia. Pero algo tan absurdo como palmarla es precisamente eso: un aliciente para la vida, para continuar vivos a través de los recuerdos de otros. La pena de estos días ha venido acompañada de risas y anécdotas chorras. No me imagino mayor honor que ayudar a que los míos se descojonen cuando yo estire la pata.

Así que aquí seguimos: contando lo que nos sucedió, dejando por escrito las historias que nos pasan o que escuchamos, peleando porque la trituradora del tiempo no se lleve por delante aquel detalle que otros considerarán insignificante, pero que para nosotros resulta crucial. Nada más revitalizador que una muerte, qué paradoja, para seguir en el camino.
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