Foto en ruinas

La autora compone, con buenas dosis de humor e ingenio, esta narración en la que nos ofrece como podría ser el proceso creativo a la hora de escribir una historia a partir de una fotografía

Rocío Rodríguez Herreras
01/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Uf, qué pereza la foto en ruinas. Quince días llevo mirándola y pensando en ella. Y nada, no se me ocurre un buen relato. Sí, ideas tengo, pero escribir lo que se dice escribir, nada. La primera idea que tuve fue genial, me inspiraría en Pripyat, pequeña localidad bielorrusa, a la que el accidente de Chernóbil vació por completo. Además, lo tenía reciente, acababa de releer ‘Voces de Chernóbil’, una joya de la premio Nobel de literatura Svetlana Alexiévich. Pues, delante del papel en blanco sólo era capaz de plagiar cualquiera de las maravillosas historias que acababa de leer, pero una historia mía, nueva y original, nada de nada.

Deseché entonces la idea del desastre nuclear de Chernóbil para el relato de la foto en ruinas y se me ocurrió otra, pedir a mi hijo que escribiera él un relato, que fuera, por fin, mi fuente de inspiración. Le planté la foto delante y por un momento pensé que no se le ocurriría nada, confirmando así mi pensamiento de que no podía salir una sola palabra sobre el papel mirando esa ruina de foto. Pues no acerté; empezó a escribir a tal velocidad que en cinco minutos llenó la foto de bombas de los americanos, se le ocurrió que el amigo del joven protagonista yaciera bajo los escombros de esta foto en ruinas; y además concluyó su relato con el protagonista camino del exilio. Me pareció un relato genial, pero claro, no era producto de mi imaginación. Pues con el relato de mi hijo delante de mí, lo único que se me ocurría era reproducir otro exactamente igual. Y eso no tenía gracia, al menos para mí, pues yo no tenía intenciones de copiar… De nuevo me enfrentaba al papel en blanco. Y el boli sin estrenar. Así iban pasando los días y seguía pensando en qué escribir acerca de esta foto en ruinas. El día de la entrega del relato se acercaba y yo estaba desesperada, así que decidí ahogar mis penas en el chat de los ‘Escritores Malditos’, mis escritores preferidos, pues ellos también tenían la misma tarea que yo para el curso de relatos: escribir sobre esta foto en ruinas. Que si no consigo escribir nada, que si solamente pienso en plagiar... Hasta que Pablo me dijo: ¿O fue Azucena?, «tú copia, copia». ¡Y eso qué pensaba que copiar era un delito de esos que los escritores honestos, como yo, nunca, nunca cometerían…! En fin, que seguí hablando con mis escritores malditos, a ver si me daban más consejos, y creo recordar que Iñaki me dijo: «Lo importante es empezar a escribir, lo que sea, y ya la tinta te llevará por caminos que nunca habías imaginado». Empezar a escribir, copiar…, con tantas pistas y no escribes nada; sal, vete al teatro a ver si te inspiras, me dije a mi misma. Y me hice caso. Después de ‘La Antena Furiosa’ fui a tomar algo con algunos compañeros del curso de relatos, nivel avanzado, ellos eran muy avanzados, yo, menos (nunca había escrito un relato, así pues, avanzada no era, desde luego), ya lo veis, pero todos pertenecen al chat de los escritores malditos, eso sí, ahí no había diferencias, al menos, eso pensaba yo… Pues debido a mi obsesión por el tema de la foto en ruinas, mosto en mano, saqué el tema del relato. Mis colegas me dijeron que lo difícil era la primera frase. Yo empecé a resumir, a concentrarme en lo que me habían dicho a lo largo de estos días. Ya tienes tres pistas, me dije, copiar, empezar a escribir, redactar una primera frase… Con estas pistas, llegué a casa, cogí papel y boli, y nada, en blanco me fui a dormir. Al día siguiente me levanté eufórica y otra vez me sorprendí dándome consejos: haz un poema, de esos en los que cada línea es ocupada por dos o tres palabras, un poema corto, rápido y sobre todo que sorprenda, que te sorprenda sobre todo a ti misma. Luego ya veremos si les sorprende a tus colegas, a Manuel, tu profesor del curso de relatos, y a Rosa, la profesora de literatura, esa amiga tuya a la que no te atreves a contar que estás haciendo el curso de relatos, para que no piense que, definitivamente, te apuntas a un bombardeo (al del relato de tu hijo no, menos mal).

Al menos tendría algo para llevar a la próxima clase. Y así nació el poema en el que yo expresaba que no sentía nada al ver el pueblo abandonado y ruinoso de la foto. Decía algo así como: no tengo palabras, ni emociones, ni lágrimas, ni… ¡Madre mía! Este poema tampoco me sale nada bien. Lo que acabo de escribir no tiene ni fuerza ni potencia ni velocidad ni aceleración (ahora me voy a los temas de física, qué cabeza tengo). Pues empezaré otro poema, yo soy una persona muy tenaz: Ni poema ni relato, no hay historia; ni besos ni sonrisas, no hay historia; ni padres ni hijos, no hay historia… Bueno, éste parece que está bastante bien, pensé en un primer momento, pero, después de releerlo, mi otro yo me aconsejó que se lo enviara a Marta, otra escritora maldita, avanzada y experimentada columnista. A todo esto, pensaba que ella sería sincera y me diría claramente su opinión, dada la relación que nos unía (habíamos sido compañeras de trabajo hace tiempo y nos llevábamos bien) y dado que ella también tenía que escribir sobre la foto en ruinas. Aunque nada más enviarle el poema ya me arrepentí. ¿Para qué se lo habré mandado?, pensé. La he puesto en un compromiso. Transcurrieron las horas, desde la mañana hasta la tarde, y mi colega no me contestaba. Yo estaba ya nerviosa. Claro, me decía, no sabrá cómo decirme lo que piensa de mi poema, o lo que sea, sin herirme demasiado. Al final, entrada la noche, llegó su respuesta. «Que la idea estaba bien», me dijo. He sido profesora durante muchos años, amiga, pensé, y tú también te dedicas a enseñar, y sabes, como yo, que cuando a un alumno le decimos que la «idea está bien», mal asunto, porque quiere decir que su trabajo no llega al aprobado ni de lejos. Mi compañera es, en todo caso, un encanto, educada, amable, abogada, escritora, ¿qué me iba a decir? También es compasiva y muestra una gran disposición para ayudar a la gente, así que continuó diciéndome: «dale un poco más de cuerpo»… ¿Cuerpo al poema? ¿Pero eso no es para el vino? En ese momento me dije: «Genial, puedo copiar, empezar a escribir y que el boli me lleve, comenzar con una primera frase. O bien puedo ‘darle cuerpo al poema’. Así que ahora tienes que lanzarte», me grité. Pero aún me faltaban, cómo no, dos consejos de mis compañeros escritores para escribir algo realmente bueno inspirado en esa foto en blanco y negro. Una foto en la que se veía un camino de piedras, un arco medio caído, también de piedras, un montón de piedras apiladas en el muro que sostiene el arco, casas de piedra detrás del muro y un cielo gris, que parecía estar construido también con piedras.

Cuántas piedras, madre mía.

Los últimos consejos de mis queridos compañeros del curso de relatos vinieron mientras tomábamos, ellos unas cervezas, y yo dos tónicas, sin etílico, pero ambas con su hielo y su rodajita de limón. Y en medio de la conversación salieron a relucir los cantautores. Alguien del grupo, creo que fue Mariña, me dijo que el alcohol siempre había sido buen amigo de la inspiración. Ahora sí, acababa de darme cuenta de lo que me pasaba, que yo no bebía, y así no había manera de inspirarme. Pero me faltaba el último consejo, el definitivo, el que me dio mi compañero de curso Fernando, periodista consagrado y doctor en antropología amazónica, además de escritor maldito. ¡Cómo para no hacerle caso! «Para escribir es mejor que estés cansada, me dijo, para que la parte del cerebro relacionada con el razonamiento lógico esté inactiva y la parte creativa aparezca como el arco iris después de la lluvia». ¡Ahora sí ‘habemus’ relato de la foto en ruinas!, exclamé entusiasta. Y aquí me tenéis con este relato que he elaborado copiando, comenzando a escribir, redactando una primera frase, borracha, muy borracha y cansada, muy cansada. Y en ruinas, como la foto.

¡Muchas gracias, compañeros! ¡Muchas gracias, Miguel, hijo!
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