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Fondo de escritorio

22/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Un guaje y una guaja, ante la mirada de su padre, juegan en una playa en el fondo de escritorio del ordenador desde el que escribo estas letras. Con una pala y un caldero, cavan y ablandan el terreno con agua para hacer un agujero en la arena como el que hemos hecho millones de niños tratando de llegar a Australia por el camino más complicado, algo así como un butrón intercontinental. El padre avanza en dirección a ellos desde el agua. Eso es todo.

Mucha gente que pasa por aquí y me ve ocioso pregunta quiénes son. Y siempre respondo que no lo sé. Estaban allí cuando se tomó la fotografía de la playa para inmortalizar una jornada de paz infinita. Fotografía terapéutica. La cambio regularmente para hacer más llevadero el trabajo. Me parece más sutil que el colega que pegó cinco céntimos al marco de la pantalla. Si al menos fueran dos euros... Los que oyen la respuesta se extrañan y me miran como si fuera un psicópata o algo así. Para calmarles les digo que si esos desconocidos no estuvieran ahí sería uno más de los fondos de escritorios de playas bonitas que nada tienen que ver con mis jornadas de paz. Y para terminar de tranquilizarles les ofrezco formar parte de mi colección de fondos de escritorio, aunque tiene que ser como casual, rollo Instagram.

No voy a negar que alguna vez he valorado si debería pixelarles las caras o así. Pero sería desnaturalizar el momento. Además, tampoco sé si yo estoy en el fondo de su escritorio, que también podría ser, y si así fuera no me gustaría que me dejaran la cara cuadriculada como si fuera la matrícula de un vehículo policial ¿Por qué borrar sonrisas y gestos amables? Forman parte del paisaje y punto. Solo quería rendirles homenaje a estos anónimos e involuntarios figurantes, que hacen más llevaderas las olas de calor frente al ordenador. Paradójicamente, con la misma fuerza con la que les agradezco el ambiente que dan a la imagen, deseo perderlos de vista y que llegue el remplazo. El de ellos y el mío.
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