Foncastín: revivir aquel dolor

El éxodo de los vecinos de Oliegos hacia Foncastín por el cierre del pantano, hoy hace 75 años, quedó recogido en un pequeño documental de los ‘Reportajes Sindicales’, que despierta recuerdos de todo tipo en los supervivientes

Fulgencio Fernández
29/11/2020
 Actualizado a 29/11/2020
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Acudir a Foncastín con los 12 minutos de grabación del número 8 de los llamados ‘Reportajes sindicales’, en el que se narra con engolada voz de No-Do —aunque no pertenece a estos históricos documentos— el éxodo de los vecinos de Oliegos hasta este pueblo vallisoletano, hoy hace exactamente 75 años, supone irremediablemente arrancar en todos los supervivientes recuerdos de muchas cosas: de nostalgia, de impotencia, de dolor, de dolor al ver a muchos familiares y amigos que ya se han ido. Supone no poder decir nada por un nudo en la garganta. O reconstruir la historia. «Yo soy ese niño rubio que aparece ahí; y quien me lleva en brazos es la abuela Jesusa, su cara lo dice todo, su gesto es el dolor de todos. Yo te podría contar todo el viaje, a Porqueros, a Valladolid, a Medina, a Foncastín y, sin embargo, sólo era un niño, como se ve en la foto tengo dos años y medio, pero me lo contaron tantas veces mis padres que a veces creo que lo he vivido...». Lo dice Laurentino Cabezas, el niño rubio de la fotografía que mejor refleja el dolor de aquellos días. «Estaba con la abuela porque mis padres —Jesús y Anunciación— estaban cargando las cuatro cosas que nos pudimos llevar de la casa en los carros; éramos cinco hermanos y una odisea moverlos a todos hacia un sitio del que muy poco sabíamos». La abuela murió muy pronto, parece que vivía allí con mucha pena. «Un día salió hasta el alto del pueblo, desde donde se divisa todo el valle del río Zapardiel y allí se quedó», recuerda Laurentino, ya jubilado y que vive en Valladolid pero que regresa a Foncastín a la mínima. «Siempre que puedo, fines de semana, vacaciones, y siempre que hay algo... usted cualquier cosa que quiera me lo dice y allí aparezco, que yo tengo casa en Foncastín y no me voy a deshacer de ella», dice mientras lamenta que no se pueda celebrar un encuentro como el de los 50 años, «claro que ya quedamos muy pocos, pero los hijos todavía lo viven como si fueran de Oliegos».Quien todavía vive en el pueblo, nunca se fue, en la Plaza Mayor, desde donde ve y escucha las campanas que fueron de la iglesia de Oliegos, pues en su nuevo destino ni campanas tenían, es José Antonio Suárez, que fue durante 12 años alcalde pedáneo del pueblo, es de los que acude cada año a Versos a Oliegos e, incluso, ya conocía la grabación «pues supe de ella y la pedí a Madrid. Cuesta trabajo verla, hay tanta gente que ya no está. Yo era un niño»; pero le ocurre como a Laurentino, «lo hemos hablado tantas veces que tengo la impresión de que lo he vivido más de cerca». También recuerda aquella fiesta del 50 aniversario. «Me gustaría darle las gracias a un señor que vino de la Diputación, era el alcalde de un Ayuntamiento con más de 40 pueblos, cercano a la Cepeda, nos trajo una bolera. No recuerdo su nombre». (Se refiere a Pano, alcalde de Riello entonces y vicepresidente de la Diputación).

También viven, de los que hicieron el viaje, el señor Manuel, que no sale de casa; Cristina, la viuda de Pedro Carrera, uno de los vecinos más activos y que escribió sus memorias; Piedad, Dolores... a través de su memoria recordamos a quienes aparecen en el vídeo, el emotivo número 8 de los Reportajes Sindicales, es decir, editados por la Delegación Nacional de Sindicatos, en los años 40, con lo que ello supone.

«Eso no lo dice uno de Oliegos»

Una engolada voz de locutor oficial de la época, muy parecida a las del No-Do o tal vez la misma explica en sus primeras palabras: 
- Como el más viejo de los vecinos de Oliegos me creo el más indicado para contarles lo que ocurrió con nuestro pueblo, que se hallaba enclavado en la provincia de León, no lejos de Astorga, anejo del Ayuntamiento de Quintana del Castillo...

Nadie recuerda quién podía ser entonces «el más viejo de los vecinos» pues todos eran niños, pero están seguros de que «esa no es la voz ni la forma de hablar de nadie de Oliegos»; una sospecha que se confirma tan solo unos segundos más tarde cuando el locutor —del que curiosamente no se dice el nombre— afirma, después de reconocer que se venía hablando de la posibilidad del cerrar pantano y que unos ingenieros de Sindicatos habían estado tomando datos: 

- Por fin, un día de noviembre empezamos a cargar los primeros enseres en los carros y carretas de los que disponíamos y en los que nos prestaron los vecinos de los pueblos inmediatos. Abandonamos las casas que ya nadie habría de habitar. (...) Aún teniendo todos nosotros verdadero cariño a la tierra que nos vio nacer no habíamos puesto obstáculo a esta emigración colectiva pues sabíamos que nos iban a instalaren otros campos de España.
- Eso no lo dice uno de Oliegos; repiten tanto aquellos que lo vivieron, de niños, como los que escucharon tantas veces la historia del éxodo en boca de sus padres. «Lo de ‘no habíamos puesto obstáculo’ parece una broma, estamos en 1945, ¿les iban a dejar poner obstáculo?», se preguntan los hijos de Pedro Carrera, quien escribió en sus memorias: «Los últimos meses de 1945 fueron muy complicados para los olegarios (así se llamaban los de Oliegos). Era el momento de cerrar los ojos y encomendarse a Dios. (...) Me avisan de Oliegos (él se había adelantado para conocer las tierras) de que el día tan temido había llegado. Parece ser que les avisó la Confederación de que ya estaban las compuertas bajadas, que el que se quedase, allá él.

Nada que ver los recuerdos de Pedro Carrera con el casi ofensivo escrito que abre el pequeño documental: «El traslado de los vecinos de Oliegos hacia otras tierras más fértiles...». Parece que casi les hicieron un favor, les sacaron de un pueblo pobre hacia otras tierras mejores, de las que Pedro Carrera dice: «Mi madre y yo nos fuimos a vivir a Rueda porque aquí no había casas para todos, era una odisea».

Y frente a estos recuerdos «el más viejo del pueblo» dice: «Sabíamos que nos iban a instalar en otros campos. Vinieron personas entendidas de la Obra Sindical de Colonización para estudiar nuestros cultivos y costumbres y buscarnos unas tierras en las que nos pudiéramos aclimatar».

- El coto de Foncastín fue adquirido para nosotros por el INC en cuatro millones de pesetas.

Esta frase es una de las que más hiere a los vecinos de Oliegos pues da «a entender que les regalaron tierras y casas», nada más alejado de la realidad. «No sabemos si le pagaron al Marqués, seguro que sí, pero nuestros padres tuvieron que comprar las casas y las tierras, las estuvieron pagando durante veinte o treinta años». Bueno es recordar lo que contábamos en un reciente reportaje de LNC hace un par de semanas: «Un día mi padre llegó a casa ‘de tomar unas cervezas’ y con un paquete en la mano. Era un pulpo que había comprado en Tordesillas ¿Y esto?, le preguntamos, y nos dijo feliz: Hoy he pagado la última letra de la casa». Habían pasado 25 años.

- Ahí estoy otra vez; dice Laurentino al verse en brazos de la abuela Jesusa en el cementerio de Oliegos, en uno de los momentos más duros de las imágenes, en el último adiós a los suyos. Una de las quejas más contundente de las mujeres del pueblo fue que «no nos dejaran detener la caravana por última vez en el cementerio» y Cristina añade: «O que hubieran tapado las tumbas con hormigón, no dejarlas allí, ahogadas... no quiero imaginar lo que ocurriría».

Mientras van pasando las imágenes van reconociendo a algunos de los vecinos, a otros ya no, «éramos niños y ya han fallecido hace muchos años. Quien más memoria tiene es el tío Aquilino, pero precisamente hoy está enfermo, en cama, y con esta cosa...».

Engracia tejiendo, Tía Gabina cose, Emilio Mayoy Tío Floro meten las vacas en la nueva casa, don Tomás el cura cierra la iglesia ya sin campanas... y la escena más significativa: «El hombre cierra la puerta con llave, como si se fuera de viaje y, de repente, la mira y la tira al suelo con gesto de ¿para qué».
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