Flores para las piedras

15/06/2021
 Actualizado a 15/06/2021
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Me temo que estamos olvidando a las personas en favor de las piedras, monolitos y reyes rampantes e incluso a pie. Tristes parecen las ciudades y pueblos que cada vez que piensan en orgullos patrios insisten en imágenes de catedrales, preciosas quién lo va a dudar; santuarios, castillos, torreones, casoplones y hasta museos, incluso de arte contemporáneo, cuya imagen hay que popularizar si la autoridad competente así lo decide o se piensa que es una buena forma de «hacer comunidad», esa horrorosa expresión que siempre esconde unos intereses tan extraños como tratar de obligar a la gente a que quiera  aquello que muchas veces ni tan siquiera conoce.

Y cada vez que aparecen unas perras entre las telarañas de la caja de los ahorros se levanta otra escultura a otro rey o un monolito que nos recuerda que no hubiera España si nuestros fueros y concilios no la hubieran propiciado. Por más que nos lo hayan pagado tirándonos a un saco de provincias que sobraban de varias viejas historias.

Es lo que un querido colega llama, cuando ve otro reportaje de otro monumento único, «piedras».

Y después les ponemos flores. Y los americanos se admiran cuando los guías les cuentan cuánta historia tenemos frente a su pobreza en este campo.

Nadie dice que los tiren. Ni siquiera que los dejen caer. Todo lo contrario.

Pero ¿quién piensa en el atlas de la geografía humana que tenemos sin escribir, admirar, poner monolitos y colocarles flores para que no se olviden? Estoy seguro de que los americanos también alucinarían con las historias de nuestros olvidados habitantes.

Es de justicia ponerlos a la altura de las piedras.
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