Secundino Llorente

Final del estado de alarma

25/06/2020
 Actualizado a 25/06/2020
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Este domingo hemos vuelto a ser libres. No ha sido una cuarentena de cuarenta días. Desde el 14 de marzo al 21 de junio han sido cien días de enjaulamiento. Terrible periodo de encierro que, en mayor o menor grado, ha soportado toda la humanidad. España ha batido el récord de confinamiento y, más aún, nuestra ciudad de León que no tenía padrinos y hemos ‘desescalado’ los últimos de los últimos. Con el final del estado de alarma, y si no volvemos atrás, dejaré de hablar de esta maldita pandemia y seguiré con mis temas educativos de siempre. Llevo catorce artículos seguidos escribiendo sobre el coronavirus porque es lo que ha ocupado mi cabeza estas catorce semanas. Ojalá sea mi último artículo sobre este tema.

Se dice que hemos pasado a la ‘nueva normalidad’. No me gusta esta definición porque seguiremos con mascarillas y con miedo a la pandemia ya que el ‘bicho’ sigue ahí amagado y desafiante. Yo realmente sueño con la ‘vieja normalidad’ anterior a la pandemia. Dios quiera que vuelva pronto aquello que dejamos en marzo.

Hemos vivido, y aún estamos viviendo, un verdadero desastre. Yo comentaba en un artículo anterior que un día nos acostamos en un mundo normal y al día siguiente despertamos en otro mundo totalmente diferente, sin sentido e inimaginable. La contaminación del aire ha desaparecido y precisamente cuando podíamos respirar a pulmón abierto nos vemos obligados todos a utilizar mascarillas. El agua se ha purificado justamente cuando no podíamos salir de casa para verla, nos dicen que los canales de Venecia estaban llenos de patos nadando en el agua cristalina y con color turquesa intenso, algo que ya no pudieron ver los primeros turistas la semana pasada. Los jabalíes están invadiendo el centro de Madrid, o acaso los humanos habíamos ocupado su hábitat. Las carreteras estaban vacías, se acabaron los atascos, el combustible estaba a mitad de precio, todo a favor precisamente cuando teníamos prohibido viajar. Nos hemos acostumbrado al teletrabajo, al manejo te plataformas digitales y hemos sufrido los inconvenientes de la enseñanza a distancia, aunque algunos quieran ver ciertas ventajas en este sistema. Han desaparecido las listas de espera en hospitales, ya sólo preocupan los síntomas de la covid-19. Hemos pasado la cuarentena con mucho tiempo libre sin poder satisfacer nuestros anhelos, ya es posible sentarnos en las terrazas de bares con los amigos, pero no podemos estar juntos. Los que disponen de dinero no contaban con ocasiones para gastarlo y los que no lo tienen tampoco podían ganarlo. Nos hemos acostumbrado a lavar las manos constantemente pero no verás a nadie ‘chocarlas’ con un amigo. Al desaparecer el deporte, especialmente el fútbol, los comentarios y discusiones políticas han llenado los Whatsapp, pero creo que es mejor pasar página de política porque tengo la impresión de que nuestros políticos, de momento, no están dando la talla para garantizar una salida exitosa de esta situación tan complicada. Me encanta la frase de Felipe González al ver a los políticos chapoteando en el estercolero insultándose: se parece mucho al camarote de los hermanos Marx, que cuando uno propone algo el otro responde «y yo dos huevos duros más».

Permítanme relajar y cambiar el tema con un ejemplo que marque las diferencias entre le vieja y la nueva normalidad. Todas las primaveras hasta esta del coronavirus yo solía almorzar un par de veces en un restaurante típico de Florencia. La Trattoria Mossacce, situada entre la plaza del Duomo y la Señoría, cerca del museo Bargello en la Vía del Procónsolo 55. Es el corazón de Florencia, muy antiguo y entrañable. Allí, desde siempre, comen a diario los trabajadores de la zona. Son mesas corridas en las que los clientes se van acoplando a medida que van llegando. Pueden caber cincuenta personas, pero consiguen hasta tres o cuatro turnos de comida. He hecho tertulia en aquellas mesas con turistas de todo el mundo. Ningún miramiento o distancia social, los camareros contribuyen a este buen ‘rollo’. La cocina está en el centro del comedor y es muy simpático el diálogo de clientes con los mismos cocineros aclarando los gustos preferidos. Es, además de una excelente comida, todo un espectáculo. Llegan a darte una pequeña prueba del plato en el momento de la elección si tienes dudas. El que va una vez a la Mossacce ya vuelve siempre. Esto era así en la vieja normalidad que yo conozco desde hace treinta años, pero en la nueva normalidad esto ya será imposible porque podría ser un foco de contagio para más de cien personas cada día, algo que no ha ocurrido en los treinta y ocho años de su historia. ¿Cuántos locales como la Mossacce, llenos de encanto, se perderán por causa del coronavirus?

A la salida de este estado de alarma seguimos encontrándonos en un momento muy difícil, complicado y peligroso. Todos soñamos con que esto pasará y que volveremos a estar de nuevo juntos, pero con calma y sin prisas porque tenemos que tener muy claro que el enemigo sigue estando ahí, suelto y sin que podamos verlo. Este fin de semana último sentíamos escalofríos al oír las noticias: «se batía el trágico récord de contagios en el mundo en un solo día». Hasta que no llegue la seguridad de una vacuna no podemos lanzar las campanas al vuelo. Sería muy triste que volviera a haber repuntes y tuviéramos que regresar al inicio de la desescalada. Deberíamos aprender de la historia que, a veces, se repite. La peor pandemia mundial conocida fue la Gripe Española de 1918 en la que hubo más de quinientos millones de afectados y más de cincuenta millones de muertes. La mayoría de estas se produjeron en la segunda oleada, cuando los que se habían salvado de la primera comenzaron a celebrarlo con bacanales en las calles sin valorar el riesgo que tenían porque el virus aún no había desaparecido. ¡Dios quiera que un siglo más tarde seamos prudentes y disciplinados y no permitamos que la historia se repita! Adiós, estado de alarma, no vuelvas más, por Dios. ¡Feliz regreso para todos a la vieja normalidad anterior a esta pesadilla!
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