14/01/2021
 Actualizado a 14/01/2021
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Con la pandemia nos está pasando como con el histórico temporal. El sábado, a pesar de los miles de vehículos atrapados en la nieve y los otros tantos miles de transportistas aislados en improvisados campamentos de camiones que las autoridades llaman embolsamientos, las redes sociales se llenaron de muñecos de nieve. Así descubrimos que ya no se estilan las narices de zanahoria ni los ojos de botones de cuatro agujeros. Nadie les pone una bufanda cuando de verdad arrecia el frío. Ahora, los muñecos de nieve son una creación personal y abstracta formada por algo parecido a dos bolas superpuestas. La más grande abajo y una algo menor encima. Es la única regla, el resto es creatividad desbordante que hubiera asombrado hasta a Picasso. Eso y un par de ramas de los árboles caídos que a veces hacen brazos y otras veces de melena. Un muñeco de nieve es gracioso, hasta el décimo simpático y a partir de ahí, el temporal aburre tanto como la pandemia. Si no los ves aterido de frío en la M-40 o aislado en un pequeño pueblo de montaña.

Estos días insisten los virólogos agotados en que estamos en lo peor de la crisis sanitaria. No terminó con 2020 ni se fue de vacaciones en Navidad como la responsabilidad de tantos. Con los peores datos de contagios, de muertes y con el mismo riesgo de colapso del sistema en las próximas semanas. La primera ola nos aterrorizó, la segunda tan solo atemorizaba y a partir de ahí, la covid es nieve hecha agua. Si no estas en la UCI o sigues intentando acostumbrarte a una ausencia inesperada.

Sandra y yo no pudimos resistirnos a lo del muñeco (y mira que en la primera ola sí que conseguimos no hacer pan). Y pasó lo que tenía que pasar. Que nuestro Filomeno no era simpático como Olaf, si no más bien pedía ser desecho con urgencia, con un gesto torpe y desfigurado. Nos salió un Forky de Toy Story que se derretía como los relojes de Dalí. Aquellos que recuerdan cuan frágil es la persistencia de la memoria.
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