Filandón de mujeres

Bruno Marcos escribe sobre la película 'Los montes', que se puede ver dentro de la exposición 'A punto de ser nada' de la Fundación Cerezales

Bruno Marcos
25/09/2021
 Actualizado a 25/09/2021
Imagen de ‘Los montes’ realizado por José María Martín Sarmiento durante su periodo de formación en el IDHEC de París.
Imagen de ‘Los montes’ realizado por José María Martín Sarmiento durante su periodo de formación en el IDHEC de París.
Cuando uno empieza a ver morir a sus mayores se da cuenta de por qué repetían tanto sus historias. Entonces nos damos cuenta de que esas historias están en nosotros, que no han muerto con ellos.

Dentro de la exposición ‘A punto de ser nada’, que se puede ver actualmente en la Fundación Cerezales, se proyecta la película titulada ‘Los montes’, opera prima del cineasta leonés afincado en París, José María Martín Sarmiento, conocido por la mítica película ‘El filandón’, de 1984, en la que varios escritores de la provincia contaban historias que el director ilustraba con la cámara. Esta de ‘Los montes’, que estuvo nominada al César al mejor cortometraje en el Festival de Cannes de 1982, fue seguramente germen de aquella, porque lo que se filma en un pueblo perdido de la montaña es un filandón femenino, una reunión de mujeres para contarse historias una noche después de que el último hombre de la aldea muriese.La película dentro de la exposición funciona como una capa más del paisaje, la capa humana hecha de relatos, de historias, que se añade al manto natural, a la agricultura, a la ganadería o a la minería. Junto a los obras de arte actual, impotentes para representar la naturaleza hoy totalmente intervenida, las voces de estas mujeres devuelven a los oídos del visitante la dureza antigua de la vida en los pueblos apartados. Con total sencillez abordan las cuestiones más crudas de la existencia humana envueltas en sus delantales, pañuelos y toquillas, acurrucadas junto a la lumbre, con ese humor que sólo puede surgir de la acumulación de golpes de la vida. Las voces frágiles, rotas y hondas de estas mujeres suenan como el vacío de los fósiles que se encuentran por el suelo de la sala de exposiciones, volados por los aires con la dinamita de las explotaciones mineras a cielo abierto, como sacadas también de su tumba de millones de años. Estas mujeres confunden la realidad con la fantasía porque la realidad es tan atroz que parece tan mentira como la fantasía. Encontrarse con un espíritu, «La tía Argimira, que enterramos ayer, viene en una luz verdosa». Señoras que al ver un fantasma le dicen: «¿Argimira a dónde vas?». Una de ellas rompe un cuenco de barro en el que come y que lleva en casa toda la vida cuando otra le dice que el cacharro durará más que ella… Tienen los ataúdes preparados con sus nombres para cuando llegue la hora, se ven más guapas muertas que vivas y contemplaron el mar una vez en un cine de Bembibre. Entienden muchas cosas al revés para aclararse las ideas: «Una cosa que aprendí de pastora, que los árboles hacen el viento, moviendo las ramas».

Ni que decir tiene que no fueron actrices profesionales, no se puede actuar así más que sin saber hacerlo. Se podría añadir que los interiores de la película son negros como las pinturas de Goya, que abundan los bodegones ascéticos a lo Sánchez Cotán, que es un ambiente solanesco pero todo esto es anterior a Goya, a Solana o a Sánchez Cotán.

Aullaba el lobo y el cura no llegaba a enterrar al último hombre así que una de ellas se tuvo que vestir de sacristana y enterró la llave del cementerio, les aseguró a las otras que se irían de allí, de «los valles que sólo valen para morirse».
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