13/06/2021
 Actualizado a 13/06/2021
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Dijo Napoleón que la religión es un formidable medio para tener quieta a la gente. Mas tarde Karl Marx definió a la religión como el opio del pueblo.

Pedro Baños dedica al fervor religioso uno de sus capítulos del libro ‘Así se domina el mundo’. El militar leonés escribe que la especie humana posee de una manera innata un componente con un elevado nivel de carga metafísica, que ha sido objeto de manipulaciones perversas en innumerables ocasiones a lo largo de los siglos. Goebbels, un personaje macabro pero eficaz, conocedor de los arcanos de la manipulación, era consciente del aspecto metafísico como factor de influencia geopolítica: «La vegetativa tendencia a lo místico hay que reconocer que existe. No servirnos de ella sería una necedad».

A lo largo de la historia siempre ha habido luchas por el poder político o económico, y los dirigentes han utilizado la estrategia del fervor religioso para motivar a los que tienen que conseguir o facilitar sus fines. No obstante, según Baños, la religión nunca ha sido exclusivamente la razón principal, sino más bien causa. La manipulación de las religiones por intereses geopolíticos no es algo nuevo. Desde la época de los romanos pasando por las Cruzadas y hasta el actual contexto yihadista la religión ha servido para emprender acciones contra otros Estados o grupos que interferían en intereses políticos y/o económicos. En el fondo subyace la idea de que el poder eterno está del lado de quien no tiene miedo a morir. Así lo entienden los actuales grupos salafistas-yihadistas, que animan e impulsan a sus seguidores a la guerra contra el infiel impío. No hay que perder la vista que el discurso de los yihadistas es el mismo que defendían los templarios cristianos en la época de las Cruzadas: matar al infiel «porque Dios lo quiere», alcanzar el paraíso y el perdón de los pecadosal morir combatiendo contra el infiel, reconquistar los lugares, sagrados, etc.

Sostiene Baños que uno de los mayores fallos que se pueden cometer es ir en contra de las religiones. Los que así lo han hecho, por lo general han terminado fracasando. No hay enemigo más temible, ni con el que sea más imposible cualquier tipo de negociación que el combatiente fanatizado por sus creencias religiosas.

No hay que salir de España para corroborarlo. El Gobierno de la II República,por boca de Azaña, cometió el gran error de decir que «España había dejado de ser católica». La mala, por interesada, interpretación de esta frase fue el acicate que provocó una fuerte reacción en el ámbito de la Iglesia. No hay que olvidar que por aquel entonces el catolicismo era en España un gran potencial político y económico. En todas sus tentativas de emancipación, el pueblo se ha topado con la resistencia del clero, generalmente siempre del lado de la reacción. Hasta le revolución de 1931, el Estado español había dejado a la Iglesia la educación popular, lo que, ‘de facto’, era la responsable a que en ciertas provincias el 70 % de la población fuese analfabeta. La República desplegó numerosos esfuerzos para poner fin a esta desastrosa situación, edificando escuelas e improvisando maestros. Pero ya sabemos el desenlace trágico del intento y la subsiguiente vuelta al pasado.

Lo paradójico de la guerra civil que puso fin a la II República fue que los sublevados iban contra los ateos socialistas, comunistas y anarquistas, con la ayuda de los siervos de Mahoma,mucho más aguerridos por su credo, lo que no impidió que los altos jerarcas de la Iglesia católica bautizaran la contienda como una Cruzada.
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