Fermiñán: "Afilador y cuchillero... se va"

La histórica cuchillería de la ciudad cerró sus puertas este viernes por la jubilación de Carlos, tercera generación de cuchilleros llegados de Orense, desde donde el abuelo partió con su vieja rueda de afilar; el padre abrió comercio en 1955 y Carlos lleva 53 años "afilando"

Fulgencio Fernández
15/03/2020
 Actualizado a 15/03/2020
Desde los 14 años (tiene 67) lleva Carlos en el oficio artesano de la cuchillería, bien se ha ganando la jubilación pero "ha sido duro cerrar". | MAURICIO PEÑA
Desde los 14 años (tiene 67) lleva Carlos en el oficio artesano de la cuchillería, bien se ha ganando la jubilación pero "ha sido duro cerrar". | MAURICIO PEÑA
El mérito es de mis padres que fueron los que consolidaron el negocio en León, nosotros ya lo cogimos con un prestigio y aunque vinieron tiempos complicados nos pudimos mantener... Nuestros hijos por suerte ya tienen otros trabajos». Carlos Fermiñán, afilador y cuchillero y en el centro de la ciudad en la tienda que lleva el apellido de la familia, siempre recuerda a sus padres para hablar de su oficio.

Y después le gusta ir un poco más allá, hasta el padre de su padre: «El abuelo fue un enorme trabajador, con la rueda de afilar marchaba de la casa, en Orense, para trabajar por Castilla, como se decía entonces, y hasta salió con su rueda al extranjero.Su vida fue muy sufrida, como eran las cosas en aquellos tiempos. Después ya mi padre se asentó en León y aquí seguimos».

El primer Fermiñán en el oficio fue el abuelo, que desde el pueblo orensano de Fitoiro, tierra de grandes afiladores, salió con su rueda ‘para Castilla’ e incluso el extranjero  Seguían, siguen como vecinos, pero han bajado la trapa como artesanos Carlos y Mati, la Cuchillería Fermiñán ya muestra su verja cerrada. Y el manoseado coronavirus también afectó a algo bello que iba a ocurrir el viernes a las ocho de la tarde, cuando los Fermiñán salieran por la puerta por última vez, que muchos clientes agradecidos habían quedado para concentrarse allí y darles el aplauso que merece el buen hacer de esta familia de afiladores, cuchilleros y tantas otras cosas que se esconden en las manos y la cabeza de unos buenos artesanos.

- ¿Qué hacíais en Fermiñán?
- Un poco de todo. Yo creo que lo fundamental es una atención personalizada, ver lo que necesita cada cliente; después un afilado profesional según las necesidades; afilábamos también los peines para las máquinas de cortar el pelo; los mandos de las puertas de cocheras, que lo hace poca gente; arreglamos paraguas y, sobre todo, el afilado de cuchillos especiales, en fin tantas cosas que requieren la mano de un profesional.

Porque no acaban de entender Carlos y Mati cómo mucha gente prefiere comprar un cuchillo nuevo y malo cuando por mucho menos dinero podría afilar el que tienen en casa. «Un cuchillo bueno es a uno malo lo que un mueble de esos de grandes cadenas, que se montan en media hora, es a uno de madera tallado por un buen carpintero o un ebanista».

Y ese viaje al recuerdo del abuelo, del afilador que recorrió Castilla y el extranjero, es también un viaje a la cuna de los mejores artesanos de su oficio. «Los afiladores buenos... de Galicia y de Galicia... los de Orense». De aquella tierra era el abuelo: «La tradición familiar arranca en Fitoiro , un pueblo de la comarca orensana de San Juan del Río».

Un recuerdo que Carlos Fermiñán han perpetuado en una cartel que podía (puede, pero esta cerrado) en la histórica tienda: «José Fermiñán y Hortensia Taboada con su sacrificio y amor fundaron esta casa en 1955». Ahí está la memoria y ahí permanece asimismo el homenaje y la historia del comercio y taller artesano, fundado hace 65 años, cuando Carlos tan solo tenía dos años y ahora, con 67, cierra la verja, con pena. «Estuvimos esperando a ver si alguien lo quería coger, dispuestos incluso a permanecer un tiempo a su lado para enseñarles un oficio que nos da mucha pena que desaparezca».

Desvía Carlos Fermiñán la mirada del negocio familiar hacia sus padres, pero también él se ha entregado a él desde muy joven. «Con catorce años ya comencé a ayudar en la cuchillería; incluso acudía al bachillerato nocturno para estar durante el día en la tienda». Bien merece 53 años después comenzar aquello que promete la jubilación, tiempo de júbilo, aunque reconoce que se le ha hecho bastante duro en los últimos días ir vaciando el escaparate, ir recogiendo todo lo que ha quedado sin vender, recorrer en esta faena los viejos recuerdos, los retratos familiares, la histórica máquina de afilar que aún funciona y en la que aún pone a punto los últimos cuchillos... empaquetar la vida. 

Dolió cerrar las verjas, echar la llave por última vez y entregarlas, le queda cierto mal sabor de boca porque nadie se haya interesado por el negocio, «que ya se que es muy sacrificado, que son muchas horas, que...».

Tal vez fue mejor que sus clientes no se pudieran concentrar para decirle adiós, sería un trago duro... y emotivo.
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