Femiano, enterrado en vida

El topo de La Mata, Eufemiano Díez, pasó 10 años enterrado vivo en un ‘nicho’ bajo la corte de las ovejas de su casa. Lo pagó con graves secuelas físicas al margen de un sufrimiento inimaginable, que llegó a no tener fuerzas ni para levantar el tablero que le tapaba. Una historia de novela pero con nada de ficción

Fulgencio Fernández
03/11/2019
 Actualizado a 03/11/2019
La humedad soportada durante años bajo tierra le dejó gravísimas secuelas, como se ve en la foto de 1982.
La humedad soportada durante años bajo tierra le dejó gravísimas secuelas, como se ve en la foto de 1982.
Cuenta Julio Llamazares que sus lectores de Luna de lobos o El Río del olvido le suelen echar en cara que en alguna historia se le fue la mano pues resultan increíbles. «Curiosamente me lo dicen de las que son absolutamente reales, aquellas en las que no hay nada de ficción».

Y una de esas historias increíbles es la de Femiano, El Topo de La Mata de Curueño, que también fue llevada otro libro de referencia: ‘Los topos’, de Manu Leguineche y el leonés Jesús Torbado.

Y es que la historia puede resultar increíble si no piensas de qué es hija, la guerra civil, y en el miedo a la muerte que llevó a este vecino a enterrarse en vida, debajo de un tablero y en un nicho claustrofóbico, de tan solo 80 centímetros de ancho, en el que «entraba justo, no me podía prácticamente mover». Y donde pasó momentos terribles, como una vez que un vecino regó la huerta y el agua se filtró hasta su nicho, comenzó a cubrirle y Femiano no tenía fuerzas para levantar el tablero. Imaginen la sensaciónde ahogarte poco a poco sin poder hacer nada. O pensarán en el frío que pudo pasar, sin embargo siempre contaba que «lomás insoportable era el calor, calor mezclado con humedad» que llegó a sufrir en aquel nicho en el que casi no se podía dar vuelta. Contaba que tendría dos metros de largo, los 80 apuntados de ancho y aproximadamente otros 80 centímetros de profundidad. De lado no me podía poner porque pegaba con el tablero, sólo podía star boca arriba o boca abajo, que era muy incómodo pero necesitaba cambiar algo.

- ¿Y nunca salía?
- De noche, a estirar un poco las piernas por la cuadra, pero asustado, con miedo a que me descubrieran.

La historia de supervivencia de Eufemiano Díez tuvo su punto final en 1947, diez años después de que, junto con su padre, decidiera esconderse bajo tierra. «Ya no aguantaba más, parecía que las cosas habían mejorado algo y me entregué a la guardia civil en un cuartel que habían puesto para mí enPardesivil».

- ¿Un cuartel para ti?
- Con tu edad no lo entiendes. Y yo, la verdad, tampoco pues yo nunca hice daño a nadie.
- ¿Qué te hicieron?
- Me juzgaron. Y me dejaron libre, pero nadie me iba a devolver ya lo sufrido en aquellos diez terribles años.

El bueno de Femiano, así le recuerdan en su pueblo, contaba que algunos vecinos pasaban «a ver cómo era un rojo y sólo se encontraban con un blanco, pálido de no ver el sol en diez años».

Incidía Eufemiano en que no había hecho daño a nadie, como después se sentenció, e incluso no era un vecino «significado»—en una expresión que casi te hacia culpable— tal y como le contaba a Llamazares en un pasaje de El río del olvido. «Me alisté con los rojos por culpa de mi padre, yo no sabía nada de política. Cuando estalló la guerra y había que alistarse me dijo: ‘Mira Eufemiano, yo creo que en estos casos lo mejor es estar con el Gobierno».

Y estuvo en el frente de Asturias, hasta que regresó a La Mata desde el frente del monte Naranco, huyendo de la guerra. Corría serio peligro y por consejo de su padre decidieron hacer el nicho que «disimulaban» con excrementos esparcidos sobre el tablero. «Muchas veces escuché a los guardias civiles pasando sobre el tablero».

En 1947 puede regresar a casa pero nadie le devuelve los 10 años perdidos y, además, las secuelas son terribles en sus últimos años de vida, encogido por el reuma, en silla de ruedas y sin poder llevarse a la boca un cigarrillo.

En alguno de los reportajes sobre Femiano comenté una frase suya —«mejor me había pegado un tiro»— y una familiar, sobrina nieta creo, me hizo llegar un matiz. «La frase se refiere a aquellos 10 añospuesdespués prosiguió su vida como labrador, casándose en 1956 con Alberta Getino, de Pardesivil y no tuvieron hijos. Falleció en la madrugada del 4 de enero de 1984 en el Hospital de León», a los 71 años.

Queda el recuerdo de un buen paisano pese a lo sufrido, una historia que bien podía ser la que cuenta una película que se acaba de estrenar —La trinchera infinita— que seguramente será acusada de «algo exagerada».
Lo más leído