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Feliz año electoral, quizás

10/01/2022
 Actualizado a 10/01/2022
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Las circunstancias nos han traído hasta aquí. O el oleaje político. O las influencias de otras comunidades, las dudas, las incertidumbres, también las supuestas seguridades de los que atienden oráculos y bolas de cristal, o las palabras de los augures o ‘spin doctors’, tan numerosos hoy, que leen las vísceras en las últimas aves.

Y así es como 2022 se ha convertido en esta comunidad en un año electoral, desde el primer día, qué digo, desde antes del primer día, lo que modifica hábitos y costumbres (al menos entre políticos), lo que pone en cuarentena (ay, esa palabra) cualquier movimiento previsto hasta que pase la campaña electoral, un territorio complejo, resbaladizo, ¿minado?, donde todos caminan como si lo hicieran sobre huevos, con perdón.

Las súbitas elecciones convocadas, intuidas, sí, pero tampoco tanto, han trastocado el paisaje, lo cual es una novedad en una tierra en la que estamos acostumbrados, al menos, a un inmovilismo estético. Esta piel mesetaria, aunque no solo, adicta al sol y demandante de lluvia, se congratula en observar su historia milenaria y rebosa orgullo por las tradiciones, pero en lo tocante al presente, a veces, se diría que falta nervio transformador, o puede que sea el cansancio del olvido, el polvo acumulado de tanta indiferencia.

Un comienzo de año electoral lo sacude todo, pero no garantiza nada. Los ciudadanos contemplan la movida y a buen seguro temen un regreso a esa estética de la confrontación y la polarización que es hoy moneda común no ya en la política, sino en cualquier actividad, esa retórica basada en el desacuerdo absoluto como una de las bellas artes.

Una campaña electoral puede tornarse fácilmente batalla, que eso parece indicar la palabra campaña, pero también territorio para exhibir etiquetas y propagandas, de tal forma que la sustancia de la cosa se olvide y todo pase a formar parte de la feroz contienda por las pantallas y los eslóganes de diseño, como suele suceder hoy en día. Es decir, que el encontronazo político puede dejar de lado la naturaleza principal de los asuntos urgentes de esta tierra, que no son pocos. La retórica no puede suplantar a los hechos. Menos aún la propaganda. Una campaña electoral no suspende la realidad, o no debería, muy al contrario, se supone que tendría que ser precisamente el argumento central, la base de todas las propuestas, más allá del envoltorio ideológico.

No hay duda de que estas elecciones súbitas han tomado a gran velocidad un color especial para los ciudadanos. Se producen en un momento difícil para todos (la pandemia) y en unas circunstancias complejas para la región, tanto en el aspecto económico como en lo que se refiere a asuntos capitales como despoblación, áreas rurales, comunicaciones, envejecimiento, etc. Por no hablar del debate persistente sobre la configuración territorial, que, aunque pueda ser limitado a algunas provincias, no puede, en modo alguno, obviarse.

Quiere decirse que, al lado de la confrontación tradicional entre partidos, incluyendo la creciente polarización y la fragmentación como dos elementos que se deben tener en cuenta, estas elecciones vienen acompañadas de elementos adicionales muy potentes, algunos de ellos fruto de la acumulación histórica de esa sensación de desvalimiento y falta de relevancia en el contexto español, y, por qué no decirlo, en el contexto europeo. Es decir, junto al desánimo general que la pandemia ha producido en los ciudadanos de todo el mundo, aquí es necesario tomar en consideración otras muchas circunstancias más domésticas, algunas nuevas, surgidas precisamente al calor de esa sensación de desvalimiento y fatiga social y económica, y otras sencillamente enquistadas a lo largo del tiempo.

Se trata, en mi opinión, de un momento muy relevante en el que se juega la verdadera modernización de una gran parte de la España interior: sí, esa promesa eterna. Porque ha estado siempre sobre la mesa. Es difícil no ser consciente de la progresiva pérdida de importancia de estos territorios con respecto a las periferias, por un lado, y al centro económico que representa Madrid, cuya cercanía, sin embargo, implica también aspectos favorables.

Creo que nadie puede negar honestamente la existencia de esta conciencia ciudadana en esta parte del país: de pérdida de relevancia, de progresivo deterioro y falta de competitividad, y ello a pesar de los numerosos programas europeos, a pesar de la atención a las regiones más desfavorecidas durante décadas, y a pesar también del reconocimiento, al menos por mi parte, de los esfuerzos de Europa por homogeneizar en lo posible los diversos territorios. Yo me siento europeísta por muchas razones, más en estos momentos en los que experimentamos un orden mundial en profunda trasformación, no exento de graves incertidumbres, pero la vertebración de la España interior pasa ahora por los impulsos locales, es ya un asunto doméstico, tiene que ver con las iniciativas propias, con la potencia creadora de una población que necesita urgentemente más jóvenes conscientes de su capacidad transformadora, gente cercana a los problemas, conocedora de los problemas, con una mirada que supere la parálisis, que abrace unas innegociables líneas de modernidad que ya no pueden esperar más.

Dadas las circunstancias, a nadie puede sorprender la fragmentación del espectro electoral, ni tampoco la aparición de iniciativas que reivindican áreas que se sienten escasamente representadas. Aunque la pérdida de talento y la emigración a otros países ha sido una constante en los últimos años en muchos territorios, esta comunidad ha sufrido particularmente este problema. Para retener el talento es necesario hacer atractiva una tierra, ofrecer oportunidades y asegurar modernidad. Lo contario lleva a un bucle destructivo, a un círculo infernal. Perder población joven y preparada es el camino más rápido hacia el desastre. Queda mucho por hacer en infraestructuras (León parece haber perdido su relevancia ferroviaria en dos tardes, el Bierzo queda también como una isla en esta materia…), en industrialización (tras la minería, ¿qué?), en desarrollo rural, pero que nadie crea que los asuntos culturales son algo secundario. Ni muchísimo menos. León ha de ser un polo cultural, tiene que serlo, no hay razón para pensar lo contrario. No hay modernidad sin potencia cultural propia.

Lo deseable, en fin, es que la campaña electoral no se convierta en un lugar para la lucha en el barro, para la confrontación inane, para el despliegue de etiquetas y frases. No es la política, ni su ruido ni sus engranajes, es la vida de la gente y el despegue de esta provincia lo que está en juego.
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