Faunos y laberintos

16/03/2022
 Actualizado a 16/03/2022
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A la sombra de las historias de Antonio y Manuel, ‘los resistentes’ de Ranedo, ha ido creciendo un jardín botánico sin fauno dentro en el que viven animales de cemento y colores cuidados por pacíficos mastines que van del huerto al monte, de los cisnes a las ovejas, del cocodrilo al ternero.

Las historias fantásticas que cuentan ‘los resistentes’, noventa años de aventura vivida en tiempos convulsos, riegan la imaginación de la joven de la casa, Giselle, llegada de tierras lejanas y diferentes, que escucha y crea, que imagina cómo fueron las historias que le cuentan mientras ellos admiran cómo con una espátula y paciencia le va arrancando color y vida al gris y frío cemento.

Las historias mágicas de la primera radio que llegó al pueblo, aquella máquina de cine que hacía del tele club un tenebrario o los primeros televisores que se encendieron en las casas y reunían a casi treinta personas en una cocina –‘andamiaos’ unos por encima de lo otros– sobrevuelan las vidas de los mastines a los que cuesta trabajo arrancar un ladrido pues saben que ningún peligro acecha.

Mientras tanto el cocodrilo no llora, el cisne no vozna, la rana no croa... pero sí le dan vida y color a un rincón por el que si ellos no estuvieran pasarías de largo, no llamarías a la puerta y no conocerías las vidas de los resistentes de Ranedo, que con 90 años se empeñan en tener mucho que decir y hacer.

Y, no menos impagable, te dibujan un siglo de vida contada desde dentro, al sol del invierno que no parece y mientras Giselle va creando otros seres que no deberían darse en estos climas.

– ¿Has visto qué manos tiene?
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