09/10/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Amanece Montigüero mirando hacia las Ubiñas, viendo como cae la primera farraspina coincidiendo con la luna de octubre que a bien seguro siete lunas cubre, llegan los fríos con el otoño aún amarillo y verdoso, esperando el colorido de los ocres, como el anuncio premonitorio que ha puesto fin a las negociaciones, que después de más de 100 días de huelga ha mantenido la plantilla de Vestas. Atrincherados combatientes que desde su campamento base, armados de imaginación y coraje decidieron asaltar las instituciones a través de incursiones, internacionalizando el problema del despropósito de una multinacional sin pelaje, sin corazón y sin ningún síntoma apreciable de humanidad. Valientes trabajadores que lucharon codo con codo contra molinos gigantes, con la única arma de su garganta, al grito de «Vestas no se cierra», mientras el monstruo de la multinacional que sin ningún tipo de escrúpulo abandona inquieto nuestra Región, buscando más beneficios a costa de salarios indecentes en países, donde la realidad del derecho laboral abunda por su ausencia.

La plantilla de Vestas no tiene que pedir perdón por no haber conseguido mantener sus puestos de trabajo, unidos consiguieron cerrar el mejor de los acuerdos posibles, ratificado en asamblea democrática, con una mayoría que lo ha votado, ahora toca estar vigilantes para que se cumpla.

Mientras los políticos de cara ancha y perfil honrado, con capacidad de liderar y dialogar, busquen al inversor idóneo que devuelva la ilusión y garantice en un plazo relativamente corto la continuidad de la factoría. Pues de verdad, necesitamos urgentemente, mantener una mínima fibra muscular de una industria que agoniza como el pueblo y desaparece bajo las primeras nieves que cubren los terrenos de la indignación, el despropósito, dónde solo impera el rencor, la desidia, la envidia y la desesperación, porque esto se nos va al carajo. Dónde estás Reino, a dónde te has ido y a quién te has llevado, menos mal que aún nos queda Portugal.
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