13/05/2023
 Actualizado a 13/05/2023
Guardar
Mi sobrina Aitana, artista de diez años, me ha regalado un dibujo de acuarela de un faro. Lo ha hecho sobre un marcapáginas. Es un faro blanco y rojo, ni muy alto ni tan bajo que no pueda cumplir con su función. Su luz brilla arriba y el farero o farera entra en él por una pequeña puerta gris que se ve en su base, hecha de ladrillo visto. El faro está sobre unas rocas y un ave vuela cerca, tal vez una gaviota o un alcatraz.

Es un faro precioso y me gustaría que todos los faros que presenta el mundo tuvieran la capacidad de orientar que tiene éste. Ya le he buscado un marco bonito y lo he colgado en casa, para que me guíe.

Ahora los barcos tienen GPS e instrumentos de todo tipo, pero antes los faros eran algo esencial para evitar que naufragaran al acercarse demasiado a la costa. Chocar contra unos bajíos podía ser fatal, podía suponer la muerte de toda la tripulación.

En el faro que dibujó mi sobrina pensaba el otro día tras la presentación en León de ‘Barrio húmedo’, un libro de relatos -excelentes- de Emilio Gancedo. Su tema son los barrios húmedos de las ciudades, esos cascos viejos con bares de toda la vida o que ahora, tras su gentrificación -qué palabreja más fea, por cierto-, tienen locales con antiguos azulejos hidráulicos más falsos que un duro de madera. Sea como sea, los cascos viejos siempre han estado llenos de bares y de pubs que, como faros, siguen atrayendo o repeliendo a los navegantes de la noche.

Escribe Gancedo sobre uno de esos pubs-faro que, en él, «dos o tres generaciones cantaron a la vida con pasión y desenfreno y, bailando y bebiendo, lo mismo sintieron con plenitud e inocencia la unidad de todas las cosas, el íntimo nervio que nos une al universo, como descubrieron, horrorizadas, el sabor de la traición y hasta lo frío y mudo que resulta el acero cuando te entra en el vientre».

Estos días muchos faros han encendido sus linternas y giran y giran y giran: ha empezado la campaña electoral. Ojo con los bajíos.
Lo más leído