Fallece el maestro vidriero y pintor Luis García Zurdo

El hombre discreto por excelencia, el pintor metido en su estudio ha muerto este viernes a los 88 años

Fulgencio Fernández
02/10/2020
 Actualizado a 03/10/2020
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El hombre discreto por excelencia, el pintor metido en su estudio, el tipo afable con la puerta siempre abierta en su casona de San Feliz de Torío, el amigo de las vidrieras y enamorado de las de la Catedral, el maestro vitralista y pintor, un hombre bueno, Luis García Zurdo falleció a primera hora de la tarde de este viernes a los ochenta y ocho años de edad.

Al pie del cañónhasta última hora, expuso parte de su obra hace meses, en enero estuvo en Ármaga para ‘acompañar’ la obra de Iribertegui con otras de artistas leoneses y amigos: Alejandro Vargas, Esteban Tranche o Amancio González, esos amigos que tanto admiraban a Zurdo, un tipo imposible de no querer. Luis ya aparecía con muletas y con esa voz tan suya, de no meter ruido, explicaba que “ahí vamos, tirando”. No era de quejarse.

Cierto que ya se le veía menos paseando por las cercanías de esa casona emboscada entre enredaderas donde vivía en San Feliz y a cuyas portonas decía a todo el mundo que “llamara, no dejará de haber un vino para tomar”, mientras te enseñaba su obra, sus vidrios y vidrieras, sus lecturas, su paz. O las de su hija Graciela, licenciada en Bellas Artes y artista con el privilegio de saber en qué espejo mirarse.

Hay varios García Zurdo, el pintor, el escultor o el vitralista; pero sólo hay un Luis, un hombre bueno de San Feliz, aunque nacido en ese que dicen castizo Barrio del Mercado, en 1932. Un artista al que ya se puede llamar “maestro” porque en vida jamás lo permitía. “No maestro, esa palabra es para gente muy grande. Yo sigo siendo alumno”.
Aquel chaval leonés siempre tuvo claro que quería ser artista, en tiempos en los que no era tan fácil tomar esa decisión, y menos como lo hizo él; primero se fue a Madrid a estudiar Bellas Artes en San Fernando y después recorrió Europa bebiendo en todas las fuentes. En una de ellas, la Kunst Akademie de Munich entró en contacto con un arte “casi mágico para mí: las vidrieras”. Y en aquel país obtuvo ya un importante reconocimiento en este género, el I Premio de la Exposición Internacional de Munich.

En 1965 regresó a España y a León. Primero a Oteruelo, después a esa casona de San Feliz desde donde miraba hacia la Catedral, cómo no en un maestro vidriero. Enseñó a alumnos de la comarca en su casa, trabajó enla Catedral y solo la generosidad de sus silencios deja sin explicar porqué no se quedó “a vivir” en aquel templo, hizo, entre otras muchas obras, las vidrieras de la iglesia de Vegaquemada, expuso, creó, vivió y enseñó.

Y recibió más reconocimientos de los que deseaba pues jamás lo he visto tan nervioso como cuando le nombraron Leonés del Año o Doctor Honoris Causa por la Universidad de León. “¿Y yo qué digo? Me pongo muy nervioso, prefiero regalarles un cuadro o una vidriera ¿Qué digo?”.

Y dijo lo que sentía. Tan bello que llegó a todo el mundo, que le querían llamar “maestro” pero él no les dejó.
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