08/12/2022
 Actualizado a 08/12/2022
Guardar
Estos días estoy más ‘fadio’ que las moscas... porque no me gusta nada este mes que para la mayoría de vosotros es el de la felicidad, el de la suerte, el de las comilonas con la familia y con los amigos y en el que la tasa de fallos hepáticos se multiplica por mil. Y lo que peor llevo es que la dichosa Navidad empiece el día de la Inmaculada, o antes, cuando echando bien las cuentas faltan más de quince días para que llegue... ¡Qué ganas de adelantar los acontecimientos, con lo cansino que es! Será que me estoy haciendo viejo, y pellejo, y que no aguanto ya la estupidez y los buenos deseos. Este mes, para mí, es un estorbo, una presa que no tiene puente y que tengo que saltar para no mojarme y que, para mi desgracia, no logro hacerlo, puesto que caigo siempre en medio y me pongo pingando. Además, con la que está cayendo, no puede por menos que entrar en un bucle, que es, al mismo tiempo, una contradicción, puesto que tampoco espero nada bueno del año que está a punto de entrar, como a traición, y que llevará, como un inmenso tsunami, todo por delante, incluidos los precios, si es que esto es aún posible.

Acabo de leer en un periódico digital que las doñas que se presenten a las pruebas para ser guardia civil aprobarán con un quince por ciento menos de aciertos que los hombres. ¿Pero no querían la igualdad?, ¿dónde está esa cacareada igualdad? Miren, me dan igual las señoras cabreadas, los maricones con burro (como el Mermelada o mi amigo Alfonso), los niños que quieren ser niñas y los negros, los gitanos o los albaneses. Tienen, ¡claro!, todo el derecho a vivir bien, siempre según los cánones del capitalismo salvaje, pero no entiendo por qué ellos adquieren, de mano, una discriminación positiva que los demás no tenemos. Es como cuando el cole, los halagos, los premios y los caramelos se los llevaba el más bruto o el más guapo... Estoy hasta los cojones de que me miren como un bicho raro, como un racista, como un supremacista, como un imperialista, como un homófobo, como un maltratador, sólo por el asunto, baladí, lo mires como lo mires, de que soy blanco, hombre y hetero. Y, encima, tengo que soportar que los inútiles que nos mandan retiren de los planes de estudios a muchos filósofos, novelistas o pintores porque, según esta plasta de gente, fueron machistas, tratantes de esclavos, etc, etc. Lo siento por mi nieto, porquele privarán de conocer y comprender algunas de las mejores mentes que el mundo ha parido. La cosa ha llegado a un punto tal de imbecilidad que hasta se pone en duda, por parte de esta banda, que dos más dos son cuatro. ¿Por qué tienen que ser cuatro y no seis, preguntan? Pues, ¡hombre!, por llamarte algo, el caso es que los griegos, los indios, los árabes, matronas y maestros de las matemáticas, establecieron unas normas básicas que no molestaban a nadie y que indicaban que dos más dos eran cuatro. ¿También estamos en contra de la lógica? ¡Y menos mal que uno no practica la religión católica desde hace... muchos años, porque si no, estos, también se meterían conmigo, como se meten con todos los que sí lo hacen; eso sí, estos no tienen huevos para hablar mal del Islam, por la cuenta que les tiene, ya que esa gente tiene muy mal carácter y no soportan que se metan con su Dios, con su Profeta o con sus costumbres. Discriminación positiva, lo llaman...

Tenemos que soportar que nos llamen fascistas, como si este fuera un insulto inocuo, cuando, para mí es lo peor que me pueden llamar: uno no se parece en nada a los fascistas del siglo pasado, pero, aún así, lo hacen y se quedan tan anchos. Creo que esta gente veleidosa son los verdaderos culpables de que VOX crezca como lo hace: a fuerza de repetir el insulto, pierde todo su contenido, su significado. Es como lo del cuento de que viene el lobo, lo mismo: lo dices tantas veces que, al final, nadie se lo cree y cuando llega la prepara.

Y luego queréis que celebre la Navidad como mandan las multinacionales...; no, no lo haré porque me parece triste que, con la que tenemos encima, nos olvidemos de todos estos acontecimientos negativos que lastrarán nuestra vida y la de nuestros descendientes: no los podemos obviar, como si fuesen un mal sueño, una pesadilla. Por ejemplo, cada vez que escucho a la Úrsula Von de no se qué pontificar sobre lo buenos que son los ucranianos y lo perversos que son los rusos, me dan ganas de llorar, porque es mentira: ni unos son tan malos ni los otros son tan buenos. Ambos han perpetrado crímenes horribles, fusilando prisioneros y población civil. Pero sólo tenemos en cuenta los crímenes de los rusos. Lo peor de todo es que la sociedad occidental está idiotizada y sólo tiene en cuenta la propaganda de una de las partes. Y cada vez que Borrel sale en la televisión vestido con ropa de combate, hablando barbaridades del calibre de «estamos sometidos a un chantaje nuclear por parte de Putin y sus adláteres», olvidando que la OTAN tiene misiles en Polonia, Rumanía o Bulgaria apuntando a Moscú, entonces tengo la sensación de que el fin de la historia está cerca... Salud y anarquía.

Fadio: ofensivo, molesto, toca huevos...
Lo más leído