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Extraño romancero de ausencias

10/04/2021
 Actualizado a 10/04/2021
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Ha sido la de este año una Semana Santa de ausencias en la que se convocaron silencios procesionales en las calles, actos cofrades tímidamente reanimados al resguardo de los templos.

Domingo de Ramos sin olor a incienso y sin pies ni manos por aquello de que no hubo escena donde estrenar atuendos.

De calles mudas, de algarabías pasionales que no de gentes, las que poblaron clandestinamente, a veces, terrazas, entre el embozo y la limonada. Calles ausentes de tambores y cornetas que no congregaron suspiros contenidos. Cristos vestidos de flores entre paredes mordaza. Devoción oculta, travesías huérfanas de pasión cofrade. Sí. Hubo papones, manolas, abades y seises que se rebelaron ante la nostalgia. Tradición frenada por este rayo vírico que no cesa, como el que describe Miguel Hernández. Rayo lento que atenaza y amordaza. Y nos cuaja la vida de silencios y distancias, de barrotes y mascarillas forzosas y forzadas que tapan labios pero no bocas ni bocazas, esas que niegan lo evidente. Invidentes que se niegan a aceptar que la ciencia, aunque se equivoque, es más sabia que la ignorancia que duda por sistema de todo aquello que no entiende. Y ausencia de certezas.

Como la que nos aseguraba que la vacuna era buena, sana, fiable. A las puertas de la segunda nos quedamos, como esa amante despechada que esperaba un final feliz pese al dolor. Ahora dicen que con la primera dosis tenemos el setenta por ciento, lo que nos libra por completo de cuadros graves y hospitalizaciones desoladoras. Otros que si una segunda de la Janssen, esa vacuna también de adenovirus que suena a telefilm americano de los ochenta, o quizás la rauda soviética sputnik. Hagan juego señores. Sin vivir constante, hojas movidas por el viento. Pero vacunarse es necesario para ganar batallas y olvidar agravios.

Tantas nostalgias de abrazar familia, de acariciar el hombro de ese alumno que se aplicó en el ejercicio, de estrechar la mano del compañero que nos brinda afecto. Asepsia atada que repele contactos.

Y no poder tocarte como le pasó a ella. Esa amiga que perdió madre, padre y marido. Sin apenas pausa para recuperarse entre una y otra partida. Fulminantes. Tajantes. Sobredosis de dolor.

Y pienso en las palabras del poeta «Como si un rayo raudo te trajera a mi pecho. Como un lento, rayo lento. Cada vez más ausente. Como si un tren lejano recorriera mi cuerpo. Como si un negro barco negro».

Pasión y muerte. Sin tambores ni cornetas, dolor sordo. Despedida ausente. Lágrimas contenidas, que ni tan siquiera pudieron derramarse en tiempo y forma.
Un abrazo pascual, querida amiga. Va por ti la columna de hoy en extraño romancero de ausencias.
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