02/01/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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Cada día me siento o encuentro más extraño. Lo hago, curiosamente, a pesar de los verbos utilizados, cuando, como perdido, paseo lento entregado a mis cavilaciones, acaso desvaríos.

Me percibo así incluso ante los espejos. Si no fuera por los innegables rasgos físicos de mi filiación, acaso denunciase a esa imagen ante las autoridades por acoso o, aún peor, alimentase un delirio de persecución.

Me hallo extraño en los recuerdos de ese yo irracionalmente apasionado, de temperamento tormentoso y que, sin duda alguna, a más de una persona nubló su día.

Mas también, por fortuna, me extraño al sentirme liberado de tanta fe e ideología universal y redentora y más desnudo de dogmas y prejuicios que no haya depurado a través de los valores morales que creo rigen, deseo que rijan, mi cotidiana construcción como persona: la Libertad, la Igualdad y, acaso más difícil de concretar, la Fraternidad.

No, no es ingenuo buenismo («actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia», que fija el DEL), es la firme convicción de que solo cada persona puede con sus actitudes y aptitudes crear una mejor sociedad, un mejor Estado democrático, una mejor Humanidad.

No, no ignora este aprendiz de escribidor que nada más inhumano que el hombre (ser animado racional, hombre o mujer), que nada más inhumano que la Humanidad (sirva como ejemplo su bestial exclusividad, la tortura: «grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo»). Como tampoco ignoro las grandes deficiencias de nuestro Estado democrático de Derecho. Mas aun así, sabedor de la nobleza de la democracia, de su idoneidad para la conquista y vivencia de las citadas Libertad, Igualdad y Fraternidad, es por lo que creo y defiendo, entre otras cosas, la presunción de inocencia y la aplicación de «razones humanitarias» a los presos preventivos o condenados se llamen como se llamen (Eduardo, Lucio, Manuel o…). La sociedad, el Estado democrático, no se ha de cansar jamás de demostrar que aun sus múltiples defectos y contradicciones es mucho mejor que quienes con sus actos lo denigran o combaten.

También en esto me hallo extraño. Ante razones que estimo de justicia, me topo con pasiones justicieras.

Tan así me siento que a punto estoy de exiliarme a mi interior. Acaso así pueda cavilar con mesura, sin imposibles diálogos de razón a víscera.

¡Buena vida hagamos, buena vida tengamos!
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