Extintos de invierno

14/12/2021
 Actualizado a 14/12/2021
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Se nos da mejor autodividirnos que reproducirnos, aunque alguno lo niegue con rancia hidalguía. Ambas cosas las hacemos por un empuje inconsciente de permanencia. Dejar algo propio o ser mejor que el otro justifican ambas opciones que cada vez usamos más, la segunda para acallar los miedos, la primera, para dignificarnos. Pero el concepto de estar en medio de dos sociedades cobra sentido cuando el barco en el que viajan unidas hace aguas por una de las vertientes. Sobre el mismo mar, los hay que se la juegan cada noche surfeando las olas sobre una barra de bar. Y les entra el demonio en el cuerpo o el «formiguillo» o que sé yo que mal veneno, que les da por coger un coche y dejarse ir enfrentándose con los que han elegido agarrarse a la popa y mantenerse a flote. Libertad sobre el asfalto con el amparo de la luna, dicen en un encaje poético de su hazaña estúpida. Siempre está justificada. Si acaba bien, con una resaca de la que resumir y, si tiene mal fin, alehoop. Toque mágico de invisibilidad, que en las películas le da un plus. Cada fin de semana se proyecta el mismo filme en Ponferrada. Por eso lo cuento en alto, no es spoiler. Conocemos tan de sobra el final que nos resignamos a ver cada domingo los mismos escenarios nocturnos: coches que aparcan sobre las glorietas, cuyo uso desconocíamos, originales vehículos tortuga que exponen sus bajos sin vergüenza alguna, otros que deciden ensañarse con la suerte que no consiguen en la lotería estampándose contra el local que intenta repartirla. Al reposo de las imágenes nos vemos extintos, soportando el peso del lado inundado que tira con fuerza magnética en dirección a lo hondo. Un virus puso en la balanza nuestra prudencia de un lado y la imbecilidad del otro, y no podemos decir qué plato consigue salvarse aún. Pero, si lo sumamos al estado de nuestra embarcación y en vistas al oleaje, parece imposible rotar el rumbo que se apresura al vacío.

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