26/04/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Ando tentado (todavía no se me ha pasado el calentón), de exiliarme en el Reino Unido de la Gran Bretaña. Sí, sí, ya sé que está muy de moda hacerlo, pero es una tentación. No lo haré porque el experimento del Frelive (Frente de Liberación de Vegas) saliese mal y no se pudiese conseguir el ansiado ‘Emirato de Vegas, Califato de León’. Eso, por desgracia, pasó hace muchos años y la mayoría de mis vecinos ni siquiera se acuerdan. Ni tampoco porque cada día que pasa León esté más hundido y Valladolid más lozano, lleno de gente por todas sus calles que viven como dios robándonos a los leoneses. Todos lo sabéis, claro: Valladolid nos roba a manos llenas; parece que nunca tienen bastante. Este, sin duda, sería un buen motivo para largarme, pero ni por esas. Ni tampoco porque nos estén jodiendo con nuestro idioma, el Lleunés, que está de capa caída y que no lo salvan ni siquiera nuestros primos del otro lado de la Cordillera Cantábrica, que estos días se han puesto dignos y estupendos y están como locos proclamando que el ‘Bable’(al fin y al cabo un dialecto de nuestro Lleunés), tiene que obtener el rango de idioma y ser estudiado en las escuelas y en la universidad asturiana. Es eso, ¡joder!, los de Valladolid nos arrebatan hasta el idioma, el colmo de los colmos. Esto último no sé si será del todo cierto. La verdad es que este idioma nuestro no lo habla ni dios; a lo sumo, por lo menos en mi pueblo, utilizamos alguna palabra, pocas, que nos hace recordar que antes que el puro y limpio castellano de Valladolid, aquí se habló algo parecido y que se escribieron cantares y poesías en la noche de los tiempos. Os contaré alguna palabra:

Avesedo: lugar donde no da el sol, en contraposición a ‘solana’, lugar soleado.

Servendo: fruto atrasado, fuera de su tiempo. También se utiliza en la vida diaria: "Ese tuvo un servendín", un hijo de mayor.

Friura: Cuando el cielo está nítido, sin nubes, y sopla el aire frío de la montaña.

Atropar: juntar plantas en un haz para hacer más cómodo su traslado. En la vida diaria, "este chico no sabe más que atropar dinero".

Tampoco este asunto lingüista será el motivo de mi marcha. Cómo tampoco lo será que tengamos presos en la cárcel de Mansilla a cuatro o cinco chorizos de buen ver y mejor estar a los que conocemos muy bien por qué no han dado un palo al agua en la puta vida. Es cierto que su juicio fue muy raro, con declaraciones malintencionadas de las fuerzas de ocupación (los famosos picoletos), y con pocas pruebas sólidas. Pero el juez prevaricó y los envió a la trena como quien desayuna una tostada de pan con jamón y tomate: no se inmutó, el tipo, y los pobres dieron con sus huesos en las oscuras mazmorras de ese siniestro lugar. Una pena, no me cabe duda, más que nada por el antecedente que crea. O sea, que nunca podré tangar un millón o dos lanzando al mercado un montón de cheques sin fondo o vendiendo sellos. ¡Abrase visto que desvergüenza!, le quitan a uno la manera, honrada como ella sola, de ganarse la vida sin marcarla... ¡Si es que...!

¿Por qué, entonces, he pensado en exiliarme en el Reino Unido de la Gran Bretaña? Desde luego no será porque me caigan bien ni su Reina ni su Primera Ministra, esa especie de Mildred, fea y acomplejada que tiene tanta inquina a los rusos. No. Ni porque me guste su clima, ni su comida, ni su racismo latente, a flor de piel, hacia los que no somos pelirrojos o rubios de ojos azules, ni porque sea hincha de su selección de fútbol o de rugby... Pensé en hacerlo, largarme a la buena ventura, porque esos hijos de la Gran Bretaña han sido los primeros en crear un ministerio de la Soledad... Me jode mucho que ellos hayan tenido la idea y nosotros, asolados como estamos de miles y miles de personas que llevan la soledad como una carga titánica, no se nos ocurriese antes. No tengo, la verdad, ni idea de la cantidad de gente que vive sola en este país. Seguro que son muchos si me tengo que fijar en los que así viven en la ribera del Porma, que es la que mejor conozco. Haciendo una sencilla regla de tres y extrapolando el resultado a las ciudades, la cifra es escalofriante. No me extraña nada que cada cierto tiempo, muy poco tiempo, aparezcan noticias en los diarios explicándonos que han hallado a una mujer o un hombre muerto en su casa sin haber sabido nada de él en bastante tiempo. Les han descubierto por el olor que salía de su casa; y ese olor no es nada agradable, os lo aseguro. Morir sólo en casa debe de ser algo aterrador. Saber que te está llamando la parca a la puerta y tener que levantarte para abrirla, debe de dar mucho miedo. Es, sin duda, una mala muerte... Por eso pensé en irme a Liverpool; allí, al menos, estaría atendido.

Salud, anarquía y, no seáis mal pensados, tres cervezas cada día.
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