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Excusas a discreción

23/10/2022
 Actualizado a 24/10/2022
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Escribe Gabi Martínez en su novela “Las defensas” que “conviene tener una excusa para cuando no se llega arriba” Y al cronista, perteneciente a una generación, o al menos un grupo humano, que no se planteó llegar a ninguna parte, le parece que le ha sido de mucho provecho concienciarse desde el primer momento de dónde se viene para saber hasta dónde se podría llegar, teniendo en cuenta la sociedad en la que le toca vivir y sus propios valores personales.

Aunque también hay que tener en cuenta otros engaños, como la estirpe, que es el pasado. “No fue ella quien te engañó; fue el pasado” dice Terence Hill en “Dr. West” Y es que no es lo mismo aprender a montar en un percherón acostumbrado al arado, que en un alazán bien domado, o una yegua blanca en el que el abuelo Jacinto de Villacidayo te llevaba a las fincas rezando el Rosario. Te ponías a escribir y te pasaba como cuando a Luis Mateo le decía su padre, Don Floro, que también escribía, pero leyendas e historias comprobables: “No voy a hacer como tú, que cuentas lo que te da la gana sin encomendarte a Dios ni al Diablo” (Azul serenidad)

Pero si uno se ve capaz de dirigir el mundo, como el presidente Xi Jimping, y se encuentra en la cumbre de un país como China, bien argamasado por el gran Mao, entonces, tarde o temprano, tal vez no encuentre excusas para intentar dar el paso que separa al cielo de la tierra y concederse la corona sagrada, no la de espinas sino la otra, la que lucen los dioses del Olimpo, los que juegan con los hombres. La excusa para dar el salto hasta el cielo, la tiene ya: Cambiar el orden mundial mediante la relativización de los derechos humanos. Así, hasta Putin, los Ayatolás y los Príncipes del petróleo se contentarán con ser dioses menores.

No se conocen las excusas de los iraníes que envían sus “drones” kamikazes a Putin para que bombardee a discreción las calles de la capital ucraniana, pero es posible que estén intentando desviar el foco del cadáver de la infeliz Marsha Amin, acribillada en su país por llevar un poco ladeado el velo (la hiyad) cosa al parecer de una repugnante rebeldía contra una religión tendente a la salvación humana. Tal vez crean que esas armas no matan inocentes. O no conocen la opinión del novelista John Willias, cuando en su “Stoner” escribe: “Una guerra no solo mata a unos cuantos miles o a unos cuantos cientos. Mata algo en la gente que jamáspodrá recuperarse”
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