Evocaciones y equivocaciones

José Ignacio García comenta el libro de Ernesto Calabuig 'Frágiles humanos'

José Ignacio García
09/04/2022
 Actualizado a 09/04/2022
El autor de 'Frágiles humanos', Ernesto Calabuig. | BÁRBARA SÁNCHEZ PALOMERO
El autor de 'Frágiles humanos', Ernesto Calabuig. | BÁRBARA SÁNCHEZ PALOMERO
‘Frágiles humanos’
Ernesto Calabuig
Tres hermanas Ediciones
Narrativa breve
132 páginas
17,00 euros

Una de las cosas que más deploro es asistir a disertaciones o leer textos en los que el orador o el escribiente no cesan de prodigarse usurpando frases o reflexiones que dijeron y afianzaron otros antes que ellos y que, con frecuencia, no sé si denotan una erudición que roza la omnisciencia más altanera o, simplemente, un manejo fluido de esos manuales recopilatorios de citas célebres que, en innumerables ocasiones, se ajustan como calcetín al pie.

A raíz de este comentario, me viene a la memoria una conferencia en la que el ponente empleó más de treinta veces el socorrido y latoso «como decía mengano», hasta que uno de los asistentes a la charla, tan harto de la muletilla como el resto del respetable y menos respetuoso o más indignado que el resto de la concurrencia, se atrevió a reprochar en voz alta al cargante plagiador que estaba muy bien conocer lo que opinaban otros, pero que a él le gustaría saber lo que el fulano, cuyo nombre no viene al caso, pensaba sobre el tema que estaba destripando.

Acude este desvarío a colación de que, por una vez (y sin que sirva de costumbre) voy a faltar a mis principios para apropiarme de las palabras de otros, porque me parecen pintiparadas para el embroque y sé, con la certeza más meridiana, que yo no podría expresar mejor lo que pretendo decir.

El primer aludido al que arrebataré por unos instantes la paternidad de sus palabras es el poeta y cronista oficial de la ciudad de León, Máximo Cayón Diéguez, del que una vez leí unos versos que decían, aproximadamente, «ahora, que tengo la certeza de haber recorrido más camino del que me queda por andar…»; el segundo es el universal escritor, editor, crítico y sabio Adolfo García Ortega, que en la contraportada del libro que hoy nos ocupa sentencia que «Calabuig demuestra que tiene un espacio propio en el ámbito del cuento. No parece un cuentista español, más bien –y este aspecto es interesantísimo– un cuentista anglosajón o europeo que, no nos engañemos, es como decir un cuentista más universal».

Valgan los versos de mi querido Maxi y la valoración de mi no menos venerado Adolfo para apuntalar la fascinación y la empatía que los ‘Frágiles humanos’, de Ernesto Calabuig me han provocado; por una parte, porque me siento absolutamente identificado con muchos de los personajes que retrata (y que superan el medio siglo de nostalgias, recuerdos y experiencias) y, por otra, porque la narrativa del escritor madrileño es tan poderosa sobre el papel como lo es su zancada sobre una pista de tartán en un critérium atlético internacional. Puede ser, incluso, que él mismo esté de acuerdo conmigo y se esté autodefiniendo cuando dice que uno de sus personajes es «el prototipo de hombre civilizado occidental» u otro un escritor que progresivamente agudizaba su mirada y se volvía «más lúcido e hiperperspectivo».

Y no crean que exagero. Calabuig es uno de los «relatistas hispanomundiales» más destacados del panorama literario actual, y su nueva recopilación de cuentos vuelve a refrendar su categoría creativa y estructural, reiterando rasgos recurrentes de su ideario: la recreación de parajes alemanes, británicos o franceses, la devoción por la música y por la filosofía, la pasión por el deporte y, sobre todo, el amor por los seres humanos, por sus pensamientos y, especialmente, por sus puntos débiles, por los resquicios donde, como indica el propio título del libro, ofrecen más muestras de fragilidad.

A lo largo de estos cuentos, tangibles y cercanos, Calabuig nos insinúa su condición de traductor de alemán, de atleta, de guitarrista tardío pero virtuoso, de filósofo, de docente y, sobre todo, de cuentista de músculo, que arranca las historias con potencia, incrementa el tono conforme avanza la trama y esprinta en unos desenlaces explosivos que, con frecuencia, aportan un alarde de pura poesía, así como el efluvio semántico que emana de la esencia del lenguaje más preciso y del más incisivo de los pensamientos.

En ‘Frágiles humanos’ Calabuig asegura que el único experimento que le interesa, y por el que merece la pena darlo todo, incluso la propia vida, es «ir hacia atrás y hacia adelante entre los días, a capricho»; y esa lúcida aseveración la pone en práctica relato tras relato, yendo y viniendo por las vías de la memoria, sin descarrilar nunca, incluso cuando pone en conflicto las voces en una misma narración, alternando la del protagonista en primera o segunda persona con la del narrador distante y todopoderoso, sin que el ritmo o el interés se distorsionen o resientan.

Mentiría si negara que me he sentido reflejado en muchos de los relatos que contiene este libro, porque yo también fui «un niño que todavía era creyente y no concebía la posibilidad de dejar de serlo» antes de convertirme en un cincuentón descreído, afligido de «miradas que esconden una plegaria»; porque yo también me escapé de más de un banquete nupcial para admirar las proezas que inmortalizaba Miguel Induráin en las etapas contrarreloj del Tour de Francia; porque escuché las mismas canciones, tarareé idénticos himnos y vi las mismas películas francesas e italianas que Calabuig vio; porque repetí cursos que afianzaron amistades; porque presencié separaciones que en mi adolescencia resultaban incomprensibles; porque desdeñé a mujeres que me amaron, cayendo en las redes de otras que juguetearon con mis sentimientos; porque hay pájaros de buen agüero que anidan a la vez en mi corazón y en Berlín; porque -aunque no lo conocí como él- también lloré a Aute… Y porque me sobran los motivos que me convierten en otro de los muchos que, como confiesa en el microrrelato que clausura el libro, fueron como él.  

Para terminar, recurriré a otro aforismo que en mi ingenua infancia atribuí a mi abuelo, hasta que el tiempo y una profesora de latín cicatrizaron esa herida producida por la idolatría y la ignorancia: Errare humanum est. El año pasado cometí una equivocación tan humana como ominosa y dejé sin reseñar ‘La playa y el tiempo’, el anterior volumen de relatos publicado por Ernesto Calabuig en esta misma colección. Ahora estoy tratando de reparar mi yerro. No tropiecen ustedes en la misma piedra y atiendan mi sugerencia. En Semana Santa, en la playa (o en la montaña o donde sea) aprovechen su tiempo para leer, por partida doble y con pasión, a este gran narrador. Sus deslumbrantes relatos les harán fortalecer su confianza en las bondades de la raza humana.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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