28/01/2015
 Actualizado a 09/09/2019
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Hubo un tiempo en que León no tenía catedral, ni tampoco San Marcos o San Isidoro. Ni un Barrio Húmedo por el que ir de vinos, charlando con amigos –entre tapa y tapa– sobre lo humano y lo divino. Ni siquiera procesiones de Semana Santa, ni las Cantaderas o las Cabezadas. Hubo un tiempo en que León fue así, pero ni tú ni yo lo vivimos…

Tampoco yo conocí un León sin la editorial Everest. Un ‘vecino’ más, al fin y al cabo, tras medio siglo largo entre nosotros, se ha hecho un hueco en la sociedad, hasta el punto de convertirse en una de las empresas leonesas más emblemáticas.

Todavía recuerdo lo contento que me ponía cuando, siendo niño, caía en mis manos un libro editado por Everest… «De León, como yo», pensaba. Lo mismo que me sigue pasando hoy, por cierto…

Aunque te suene extraño, soy de esos pocos –y cada vez menos– que disfrutan de un libro en papel… a pesar de que la tecnología se esté imponiendo, y de que cada vez tengan más tirón los libros electrónicos. Las razones para ello son más que evidentes, pero el olor a papel o el tacto de las páginas son algo que nunca podrá igualar un dispositivo electrónico.

No corren buenos tiempos para Everest… Aquella pequeña empresa que a mediados del pasado siglo XX apostó desde León por libros sencillos, útiles y al alcance de casi todos, sufre en estos últimos años las consecuencias del revés económico. Y, con ella, las decenas y decenas de familias que tienen que lidiar con continuos retrasos en sus nóminas, y que ahora ven peligrar –más que nunca– su puesto de trabajo; como ya les ocurrió en estos años a muchos de sus compañeros.

Uno de los nombres propios leoneses se tambalea –y de qué manera–; y, si no se remedia pronto, puede acabar derrumbándose. Y eso no se puede permitir porque, con Everest, no solo caería parte de nuestro ya de por sí exiguo tejido empresarial, sino también uno de los símbolos del León contemporáneo, un pedacín de todos y cada uno de nosotros.

Qué quieres que te diga… No sé cuál es la solución, pero estoy seguro de que la hay. Y me da a mí que es, en gran parte, una cuestión de voluntad… aunque no tengo claro si es una buena noticia.
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