11/04/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Se admiraba un portugués porque todos los niños en Francia supieran hablar francés. «Arte diabólico es, dijo torciendo el mostacho, pues para hablar el gabacho un hidalgo en Portugal llega a viejo y lo habla mal y aquí lo parla un muchacho». Algo así me sucede a mí con los idiomas. Siento en el alma el trabajo que se tomaron ‘el colillas’, Pío o Dixon para que se me quitase el pelo de la dehesa y aprendiera la lengua de Moliere y la de Shakespeare porque les resultó inútil del todo. Uno, para los idiomas, es un perfecto idiota, (como supongo que para otros muchos órdenes de la vida, pero no se trata de hablar de ellos hoy), y me fastidia mucho. Eutimio Martino, sabio entre los sabios, respondiendo a una pregunta, dijo una vez que hablaba seis idiomas y que con el español lo intentaba... ¡Ya quisiera uno poder decir lo mismo!, y ¡claro!, dominarlos como él. Hablando de Martino..., el pasado viernes asistí a una conferencia suya en Cistierna, junto con dos amigos que le conocen de antiguo. Parece mentira que tenga noventa y tres años...; es increíble que una persona de esa edad tenga la cabeza tan bien amueblada y que siga empecinado en defender sus teorías sobre los nombres de los pueblos, de los ríos o de las montañas enfrentándose con toda la nomenclatura universitaria, (apoltronados, incapaces y corporativistas), que no ha sido capaz de rebatirle ninguno de sus escritos. Eutimio, como buen leonés de Sajambre, lo lleva todo al agua. El nombre de la ciudad de León no proviene de cómo se llamaba una legión romana, sino que es el resultado de unir, desde tiempos ancestrales, el nombre de sus dos ríos, sea como sea que se digan en céltico, y que viene a ser la unión del Bernesga y del Torío; y muy docta y significativa es su explicación del nombre del padre de todo el oriente leonés: el Esla. Por supuesto también procede del céltico y dice que en Alemania, en la Gran Bretaña y en el Piamonte italiano, hay ríos con un nombre muy parecido al Astura, todos con la misma raíz, ‘Stou’, que significa, ¡claro!, río. Es, también, sintomático que el otro gran río de León, el Sil, tenga un hermano, que se llama igual, en la Transilvania rumana.

El agua...; en un librín que publiqué, hace ya tiempo, dije que la tercera guerra mundial se debería al intento de control del agua. La semana pasada, el presidente Trump, ese payaso que es, además, Comandante en Jefe del mayor ejército mundial, reconoció la soberanía de Israel sobre los Altos del Golán, pasándose por el arco del triunfo todas las resoluciones de las Naciones Unidas, que insisten en le sean devueltos a Siria. Israel los conquistó en la Guerra de los Seis Días, junto con el Sinaí y algún otro emplazamiento. Israel devolverá todo menos los Altos del Golán, ya que quién los controle tendrá asegurado el agua del Oriente Próximo, con lo que ello conlleva. Por eso, a los israelitas y a los americanos les interesa una Siria dividida, débil y en permanente lucha, y no dudan en ayudar y apoyar a grupos árabes fundamentalistas, en teoría sus enemigos irreconciliables y en hacernos creer que ‘los otros’ son los malos...; cosas de la política.

Este año en que padecemos otra pertinaz sequía, (Franco, de nuevo, presente en las cosas diarias), se da la paradoja de que tenemos los pantanos a tope de capacidad. Los agricultores tienen asegurados los riegos de sus cosechas y están más felices que unas perdices. Si sigue lloviendo este mes de abril, el de las aguas mil, las tierras de cultivo cogerán el tempero necesario para la siembra y la cosecha, entre una cosa y otra, estará salvada. En un país de chiste como el nuestro, en el que se ha pagado a la gente para que dejase de cultivar, se consume más agua para regar que hace cincuenta o sesenta años, cuando los pueblos estaban llenos de agricultores y ganaderos. Por si esto fuera poco, tenemos los campos de golf, que beben agua como si tuvieran una sed insaciable. Todo lo apostamos al agua de los pantanos, ¡hay que joderse!, cómo si fuera el maná de los judíos en su huida de Egipto por la península del Sinaí. Entre los riegos agrícolas y los campos de golf se va el ochenta por ciento del consumo de agua español. El otro veinte por ciento es el que usamos para beber, ducharnos y tirar de la cadena, además de regar las flores de la terraza. Uno tiene consumida ya toda la paciencia y cuando escucha que hay que ahorrar agua, no puedo por menos que reírme y no puedo por menos que no hacer caso y gastar más, si ello fuese posible. ¡Que ahorren los agricultores profesionales y los amateurs de fin de semana que siembran lechugas y tomates sin haberlo hecho en toda su vida!, (sobre todo éstos últimos). ¡Sólo faltaba! Mientras tanto seguiré, impasible el ademán, haciendo caso a Eutimio y rezando al Dios del agua.

Salud y anarquía.
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