08/09/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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Había un señor que vivía en uno de esos pueblos pequeños de Castilla, apartados de la carretera general, cuyo nombre aparece en unos de tantos indicadores como uno va dejando atrás y que nadie conoce, tan solo los de los pueblos limítrofes y poco más. Ese señor era el cacique del pueblo y se creía poco menos que el centro del universo, el amo del mundo. Se diría que no hay más mundo que su pueblo. Mirado fríamente, es como un grano de arena en medio del desierto. Si miramos el mapamundi o la esfera ciertamente no lo vamos a encontrar.

Cataluña ha sido siempre una región de España muy singular y con grandes cualidades. Ha dado grandes hombres ilustres y en general los catalanes se han distinguido por tener mucho sentido común, si es que puede traducirse así el llamado «seny». Por dar un par de nombres podemos citar a Don Antoni Gaudí y a Josep Tarradellas. A nivel más personal nunca podré olvidar junto con Don Juan Bautista Grau y Vallespinós a otros dos grandes obispos de Astorga: Don José Castelltort, que me confirmó y a Don Antonio Briva Mirabent, que me ordenó de sacerdote. En cuanto a Tarradellas es sin duda alguna uno de los mejores políticos españoles y catalanes del siglo XX. ¡Qué lejos de él están sus últimos sucesores, especialmente Jordi Pujol y Artur Más! Es incalculable el daño que están haciendo a España en general y a Cataluña en particular. Cualquier observador neutral entiende fácilmente que su afán de independentismo no tiene otra finalidad que tapar la corrupción para que nadie pueda controlarla. Y que las consecuencias ya están siendo nefastas para todos.

Pero lo más triste es que en un momento en que lo más interesante sería potenciar la unidad Europea, haciendo una Europa grande, fuerte y modélica, se está promoviendo un provincianismo, diríamos que paleto, tan ridículo como el del cacique que se creía el amo del mundo. Uno de nuestros problemas es precisamente el que en medio de este mundo convulso y amenazado por peligrosos fanatismos Europa esté tan débil y dividida y que algunos aún quieran dividirla más o renunciar a sus más puras esencias.
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