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Europa, entre el pragmatismo y la reflexión

13/12/2021
 Actualizado a 13/12/2021
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La inédita coalición (con verdes y liberales) que va a encabezar Olaf Scholz en Alemania puede suponer un paso adelante de los socialdemócratas en el contexto europeo, después de varios años de escasos éxitos. Así los recogen algunos medios, y así puede entenderse, pero en realidad Europa se enfrenta ahora mismo a un problema mucho más profundo. Es la propia naturaleza de Europa, o lo que a Ursula con der Leyen suele llamar «el espíritu europeo», lo que realmente está en juego.

Y hay dos razones poderosas que explican este momento de confusión. Una es la reconfiguración del orden mundial, en un escenario de pandemia, que implica cambios importantes en el tablero del poder, y, por supuesto en el equilibrio internacional. La otra razón es la propia debilidad interior, lo que algunos consideran cierta parálisis, derivada de las tensiones políticas en algunos estados (donde el populismo parece haber crecido), el ‘brexit’, que sigue haciendo de las suyas, y los problemas en las periferias fronterizas.

Lo que sucede, en realidad, es que, en este mundo líquido, la polarización se ha ido extremando, y no pocas democracias han empezado a preocuparse por su propia naturaleza (y por la de otros países, cercanos y lejanos). Se habla abiertamente de una Guerra fría del Siglo XXI, que repetiría, en esencia, las tensiones de la Guerra fría del Siglo XX, pero con la participación de las grandes economías emergentes y, desde luego, con el añadido fundamental del escenario del Índico-Pacífico. Muchos analistas creen que Europa se encuentra de nuevo en una posición difícil, como bisagra entre dos mundos.

El talante europeo suele apostar por la moderación y el equilibrio, huyendo de posturas extremadas, tan habituales en estos días. Esa forma de gobernar ha sido criticada por los que consideran que Europa sólo será verdaderamente importante en el nuevo concierto internacional si toma decisiones más pragmáticas. La esperanza de un mayor dinamismo ha recaído en Scholz, que se ha apresurado a reafirmar los lazos con Francia y a subrayar la dirección centroeuropea. Scholz viene de las finanzas, es un pragmático de la economía, y eso, en el instante en el que se acomete el Plan de Recuperación, tiene mucho sentido. Pero, aunque pueda suponer un cierto renacimiento de la socialdemocracia, es evidente que en Scholz se adivinan maneras de Merkel, hasta el punto de que algunos estudiosos ven la persistencia de una política ‘merkeliana’ más allá de la propia canciller, ya jubilada.

A Scholz se le demanda un paso más, porque Angela Merkel, aclamada y aplaudida en el final de su dilatada carrera, deja una Alemania que va a tener que afrontar nuevos problemas domésticos, la mayoría derivados de este momento de crisis, desde luego, pero también como reflejo de una cierta parálisis que, por extensión, afecta a toda Europa. De hecho, cualquier dificultad de Alemania afecta de inmediato a toda Europa.

Scholz, un hombre mesurado y tímido, podrá imitar a Merkel en las formas, incluso en ese perfil bajo que tanto le gustaba, pero tendrá que desarrollar una política más enérgica y menos contemporizadora. Hay nuevos retos que obligan a ello. Y aunque la moderación de Merkel es elogiable, porque la reflexión y el diálogo deben ser siempre una característica de Europa (y más con el aumento de liderazgos un tanto exaltados, y con veleidades autocráticas), es muy posible que esos nuevos retos obliguen a políticas menos confortables, ante un mundo cada vez más complejo.

Junto a los problemas domésticos de la Unión (y frente a esa huida hacia adelante de Boris Johnson, que parece decidido a llevar al Reino Unido a un callejón sin salida, aunque no podemos decir que lo haga sin despeinarse…), está la creciente inestabilidad del orden mundial a la que nos referíamos. El momento es crucial porque existen demasiados asuntos sin definir y muchas luchas de poder en marcha. Sea o no una nueva Guerra fría, es obvio que, junto a las tiranteces políticas, las reafirmaciones patrióticas, las nostalgias imperiales y los nuevos mesías y salvapatrias con espíritu autócrata, empujados por las nuevas herramientas tecnológicas y propagandísticas, el escenario es de una complejidad apabullante. El ciudadano, que se enfrenta a las fragilidades derivadas de la crisis económica y sanitaria, no alcanza a comprender cómo es posible que la política cree más problemas a veces de los que dice ser capaz de resolver. No extraña que aumente la desafección.

Mientras todo esto sucede en el interior de Europa, Estados Unidos trata de reafirmar su propio papel global, gravemente desdibujado durante la presidencia de Trump. Joe Biden se enfrenta también a notables dificultades locales, y, ante la amenaza de un posible regreso del presidente anterior, acompañado de críticas de gestión que han afectado, por ejemplo, al perfil sucesorio de Kamala Harris, Biden ha optado no sólo por abrirse a la posibilidad de volver a ser candidato, sino que ha celebrado una Cumbre para la Democracia que suena a gran evento con impacto mediático, a grandes palabras con escasos o difusos resultados. Como todo lo que tiene un nombre excesivo o pomposo, es difícil que logre resultados concretos.

Ahora bien, es cierto que no deja de hablarse del peligro que sufren algunas democracias, y de cómo el concepto parece estar sometido a vaivenes provocados por el aventurerismo político o por el ideario de nuevos mesías. Las democracias no se arreglan con salvadores de la patria, pero sí pueden mejorar con políticos de nivel. Que Biden, también como mensaje en clave interna, haya optado por el reflejo mediático de este problema no me parece mal, seguro de que sólo desde el refuerzo de la democracia se puede arreglar el mundo, pero los analistas concluyen que su Cumbre se queda apenas en unos titulares, a la espera de una segunda edición, siembra dudas y ha creado polémica por la lista de invitados y no invitados y, desde luego, no aborda asuntos concretos que, se supone, pasarán a las agendas políticas menos mediáticas y más bilaterales.

Europa, otra vez, nada en un territorio un tanto indefinido, pero en medio de la lucha geoestratégica de colosos nuevos y viejos, quizás no sea mala idea jugar la baza de la sensatez y la reflexión: alguien tiene que hacerlo. En realidad, y con retos como los coletazos de un ‘brexit’ que contamina lo que toca, o asuntos como Ucrania y, desde luego, la gestión de la emigración que Francisco acaba de criticar duramente en Lesbos, Europa necesita una combinación de pragmatismo y política reflexiva y solidaria. No son cosas antagónicas, espero.
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