Eugenia, de la noble raza de "¡cuánto trabajó esta mujer!"

Cumple 100 años esta mujer de Villacorta que se recuerda "trabajando desde que nací"

Fulgencio Fernández
22/12/2019
 Actualizado a 22/12/2019
Eugenia en su casa de Villacorta al lado de uno de los velones de cera que ella misma hizo y que conserva con gran cuidado. | . F. FERNÁNDEZ
Eugenia en su casa de Villacorta al lado de uno de los velones de cera que ella misma hizo y que conserva con gran cuidado. | . F. FERNÁNDEZ
Recorriendo cocinas de esta provincia el mayor peligro que corres es enamorarte de las biografías que encuentras, de historias extraordinarias, sobre todo de mujeres anónimas. Mujeres como Evangelina la de Valdeón, la cabreiresa Corona, la berciana Aurora Libertad... irrepetibles absolutas, trabajadoras.

Ha vuelto a ocurrir. En la cocina de Eugenia, la de Villacorta, que, vaya como adelanto de su vida, a la pregunta «¿desde cuándo se recuerda trabajando?» te responde: «desde que nací».

Y no miente pues sus primeros recuerdos ya son trabajando. «Fui la mayor de diez hermanos. Mi padre, Víctor, se iba a la mina, cada mañana; mi madre, Aurea, tenía que ir a lavar al río pues no había agua en casa, y a atender al ganado, arar las tierras, ordeñar... y yo cuidaba de los hermanos pequeños que iban llegando, les daba yo de comer y todo... hasta 10».

El 22 dediciembre de 1919 llegó la lotería a casa de Víctor y Aurea, mineros y ganaderos, trabajadores del campo y con una economía basada en tantos oficios como trabajo: «En casa había de todo, vacas, ovejas, conejos, gallinas... las cosas eran así», te va contando esta mujer de excelente memoria, tanta como lucidez y a la que ni siquiera falla el oído, apasionada de la lectura, su gran pasión, para la que ni tan siquiera necesita gafas.

Trabajando desde que nació y que, recuerda, «a la escuela pide ir poco, ya me gustaría haber ido más, y eso que el primer día lloré», recuerda, para aclararte que no lloró por tener que ir a la escuela, ni mucho menos... «Yo tenía seis añosy fui a la escuela. La maestra me dijo que empezara por el silabario y le dije, ‘yo eso ya lo sé’, porque lo sabía; entonces dijo que a El Catón y le dije, ‘yo eso ya lo sé’, porque también lo había leído, y me pasó a las lecturas del Juanita y leí un texto que hablaba de ‘salchichón, chorizo, jamón, latas de melocotón’, que era muy simpático y al leerlo las niñas se echaron a reír y yo creí que era de mi y me puse a llorar, menos mal que me cogió la señora maestra en brazos...».

Lo recuerda todo con gran nitidez. Las historias que marcaron su vida, como «la muerte de la hermana pequeña, con solo 14 años»; la felicidad de «tener a todos los hijos vivos»; ese brillo triste de los ojos cuando recuerda la guerra y todas sus consecuencias, que en su caso le llevaron a casarse relativamente tarde para lo que era habitual entonces. «Me casé a los 28 años, antes no había mozos en el pueblo, estaban en la guerra, yo conocía al que sería mi marido, Emiliano, desde niña pero estaba en el frente...».

- ¿Y cuántos hijos tuvieron?
- Seis en siete años.
- Claro, como empezó tarde...



Y se ríe. Tiene un excelente sentido del humor, no en vano fue la coplera del pueblo, la que cantaba estrofas cargadas ironía, gracia, doble sentido y que aún recuerda: «Al galán que está en el baile / le ruge mucho el dinero; / no crean que son perras / son clavos del herrero»; recita recordando una que le cantó a uno que «era algo presumido».

Y recuerda El romance de la loba parda, muchas coplas y tantas cosas que marcaron su vida. Como la última carta que le envió desde el frente un soldado al que no conocía, que murió a los pocos días, pues Eugenia fue ‘Madrina de guerra’, aquellas jóvenes que escribían a soldados sin familia para hacerles más llevadero aquel duro trance. «Le envié una carta y le hice un jersey de lana y unos calcetines, que yo tejía muy bien, y me contestó, no tengo la carta ni la necesito porque la sé de memoria».

- Tengo una madrina muy dulce, muy buena, que para mí canta y que conmigo sueña. (...) A este soldadito tú animas y alientas, eres su ilusión, él contigo sueña. (...) Tus cartas son para mí una alegría tan grande que cuando recibo una parece que veo a mi madre.
- ¿Y no supo nada de él?
- Que lo mataron. Y que era de ahí de la parte de Cea, me dijeron.

Y, además de las hilas, las coplas, los bailes, los hijos... la cara amable de la vida, no olvida los numerosos oficios:«Fui madre cuando aún era hija, fui madre cuando me tocó ser madre; trabajé el campo y con el ganado; acarreábamos carbón al tren para Bilbao, que nos pagaban a duro la tonelada; tenía colmenas para miel y con la cera hacía velas y velones; pastora en el chozo; lavé en el río, donde muchas veces tuve que romper los hielos; atropé bellotas y cosí mucho, de todo... y muchas cosas más, como tocar la pandereta».

Y tiene excelente carácter. «¿Estoy guapa para la misa de los cien años, que la dice mi hijo el capuchino que está en Sevilla».

- Muy guapa, Eugenia.
- Que yo de joven fui muy guapa. Y mi marido también; que ya sé que de eso no se come, pero bueno.

Y se pone a leer, lo que más le gusta.
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