Etapa azul

Azul como es azul el cielo de verano. También cuando ese cielo está detrás de las tormentas, pues el azul nunca es definitivo. Un cielo azul lavado por las mañanas, muy temprano, y después todos los azules posibles hasta el índigo y el azul persa cuando empieza a oscurecer.

Azul como las llamas azules de las queimadas en la noche de San Juan y azul como los papeles que se van convirtiendo en cenizas en la hoguera, escritos con deseos por cumplir o con aquello que se quiere dejar atrás, los recuerdos de algunas etapas azules para no repetir.

Azul como se quedan azules por el tiempo algunas cosas que ya no usamos o no queremos o que hemos olvidado. Hay cosas y lugares azules. También personas azules, azuleadas por falta de cercanía o vete tú a saber.

Memorias azules, sí.

Azul como las flores del aciano que florecen hasta septiembre. Azul como las libélulas azules que se aparean sobre el agua. Amores azules que arquean sus cuerpos bajo el sol.

Azul y blanco como el mar que pintó Sorolla, niños, barcas y bueyes, pescadoras y mujeres ociosas vestidas de blanco, con parasoles y sombreros de paja adornados con flores y tules. Pero también azul como es azul la etapa azul de Picasso, la más triste de todas. Arlequines, guitarristas ciegos, familias descalzas junto al mar, ateridas de frío, y el asceta con un pan en la mano y el plato vacío. También ese azul porque el azul siempre tiene dos significados y no azulea igual para todos.

Y azul piscina, griterío infantil y cloro, toallas, gorros, gafas de buceo. Azul de todos los azules líquidos en los que bañarse. Azul río, que rima con frío y con estío. Un azul de piedras redondas, de pájaros y sombra de árboles.

Azul como las mascarillas que queremos empezar a dejar atrás, poco a poco. Y azul como los ojos azulísimos del enfermero que esta semana me puso la primera dosis de la vacuna. Tanto tiempo esperando este momento que tuve ganas de mandar a la porra la distancia interpersonal y de darle un abrazo, también azul.