ETA devolvió a Sergio a Odollo

El 14 de julio de 1986 el cabreirés Sergio Álvarez trabajaba en una portería en Madrid. Salió a la calle justo cuando estalló la bomba de uno de los atentados más crueles de ETA

Fulgencio Fernández
18/07/2021
 Actualizado a 18/07/2021
Sergio Álvarez entretenía muchas horas de su tiempo tocando el saxofón en Odollo, recordando sus años en la orquesta del pueblo. | CECILIA ORUETA
Sergio Álvarez entretenía muchas horas de su tiempo tocando el saxofón en Odollo, recordando sus años en la orquesta del pueblo. | CECILIA ORUETA
Sergio Álvarez era para la mayoría de sus vecinos de Odollo y pueblos cercanos de aquella Cabrera ‘Sergio el músico o el saxofonista’, ya que tocaba en una de aquellas orquestinas que tantas fiestas amenizaron.

Muchos cabreireses emigraron a Madrid donde se colocaron de pescaderos, en la mayoría de los casos, también algún hijo de Sergio. Y con el tiempo le buscaron a este músico y también ganadero, como tantos, un trabajo menos sufrido que el suyo, una portería en Madrid. "Era muy descansado, para lo que yo estaba acostumbrado", nos contaba en una vieja entrevista.

Salí a la calle y me encontré la masacre, hice lo que pude, llevé en brazos a un guardia bañado en sangreEl 14 de julio de 1986Sergio había madrugado, como siempre –"aquello no era madrugar, serían las siete y media", decía él–y cuando salía a la calle con algo que llevar a los contenedores cuando se encontró con una estampa dantesca, acababa de explotar una bomba al paso de un autobús de jóvenes guardias civiles en lo que entonces fue calificado como "el crimen más sanguinario de ETA", la llamada masacre de la Plaza de la República Dominicana, realizado por el Comando España del que formaban parte Antonio Troitiño e Iñaki de Juana Chaos. Murieron 12 jóvenes –entre ellos un leonés de Pola de Gordón, Juan Ignacio Calvo– y hubo sesenta heridos.

Cuando aquello pasó pensé que esa vida no era para mí y nada más que pude cogí un autobús para OdolloSergio hizo "lo que hay que hacer, ayudar". Sin pensarlo fue a colaborar y jamás olvidó a un guardia que llevó en brazos hasta la ambulancia. "Casi no le pude ver la cara, era todo sangre" y una obsesión era saber si sería de los que se salvó o de los que falleció unos días después, como ocurrió en el caso del leonés. «No sé ni dónde saqué fuerzas para hacerlo, pero lo hice, y me gustaría creer que a aquel chaval le salvé la vida».

No lo pensó en aquel momento. Pero a Sergio aquello le marcó, pensó que "esta vida no es para mí" y nada más que pudo cogió el autobús y regresó a Odollo. Allí le encontré. Tocando el saxofón en una plaza vacía, al lado de su casa.

Sergio ya falleció.
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