25/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Dicen que en una tumba se leía el siguiente epitafio: «Aquí yacen los restos de un hombre que nunca penó». Alguien que pasaba por allí comentó: «Porque nunca se enamoró». Pero más adelante vio otro epitafio: «Aquí yacen los restos de un hombre que nunca tembló». De nuevo surgió otro comentario: «Porque nunca se examinó». Los que hemos sido estudiantes, es decir, la mayoría, sabemos lo mal que se pasa cuando llegan los exámenes, independientemente de que uno haya estudiado más o menos. Es un alivio y un descanso terminar los exámenes, sobre todo cuando se aprueban las asignaturas y los cursos.

Precisamente estos días han sido y son días de exámenes y de notas, incluidas las oposiciones de muchos docentes y de otros colectivos. Tenemos que hacer un poco de memoria y ponernos en la piel de estas personas para comprender su estado de nerviosismo y ansiedad. La vida de estudiante, si se toma en serio, no es fácil. No obstante es preciso decir que las sucesivas leyes de educación han pretendido hacerla más llevadera. Cuando algunos estudiábamos, a final de curso había que examinarse de la asignatura completa, generalmente exámenes orales ante un tribunal. No existía la llamada evaluación continua. Podían preguntarte de todo y, por supuesto, si alguno deseaba copiar, era totalmente imposible. Además estaban las famosas reválidas, la de cuarto y la de sexto de bachiller, en las que había que dar cuenta de todo lo estudiado en todas las materias. Finalmente estaba la llamada prueba de madurez, tras el curso preuniversitario. Había que estudiar sí o sí. Y el que no estudiaba se quedaba en el camino. Si por una casualidad o por una trampa alguien sabía las preguntas que iban a entrar en un examen, podemos decir que estaba asegurado el sobresaliente. Hoy da lo mismo en muchos casos que los alumnos sepan las preguntas que van a caer. Algunos no se esfuerzan lo más mínimo. Menos mal que hay alumnos que sí toman muy en serio el estudio y eso hace que el profesor no pierda del todo la confianza en el ser humano.

Ciertamente puede influir en el desánimo de los estudiantes la dificultad para incorporarse en su día a la vida laboral, sobre todo a un trabajo no precario. Tal vez haga falta una gran revolución pedagógica. Lo que está claro es que una buena educación integral es imprescindible para que el mundo mejore, y que sin esfuerzo y sacrificio es muy difícil triunfar en la vida. ¿Cuándo habrá un pacto educativo valiente, sincero y realista que afronte con seriedad la importante tarea de la educación?
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