09/07/2016
 Actualizado a 12/09/2019
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Nos roban todo. A todos. Constantemente. Sólo así se explica que el uno por ciento de la población amase una fortuna que equivale a la del resto (dato de Oxfam). ¿Cómo comenzó esta injusticia a gran escala? ¿Dónde empezó este expolio global? ¿Dónde encontrar el cabo del hilo de este laberinto que nos atrapa sin escapatoria? Quizás en que empezaron por despojarnos de los bienes naturales que deberían ser patrimonio de la humanidad. Esos sí, y no tanto edificio histórico que, por cierto, también nos roban (la mezquita cordobesa, por ejemplo). Nos desvalijan de cosas que nos pertenecen por derecho de nacimiento: como el petróleo, nacido de la pudrición de sedimentos en eras remotas, que debería ser un don, una herencia otorgada a la humanidad entera. Pero simplemente es un manantial de riqueza para las grandes compañías que nos lo venden. Como los peces del mar, las playas, las montañas, el sol, el agua que necesitamos beber.... Al proverbial indio americano le robaron tierra, cielo y aguas con escritos que no era capaz de leer. A él acabaron por exterminarlo, a nosotros nos mudaron en ‘consumidores’.

Hace unos días leía esta noticia: un tercio de la población mundial no puede ver la Vía Láctea. No tiene opción de disfrutar de una noche estrellada desde el lugar en que vive porque las luces artificiales sofocan su fulgor con uno más pedestre y grosero, a la altura de sus emisores. Otro robo. Nos quitan las estrellas del firmamento, justo el paisaje que nos ayuda a comprender nuestra dimensión, justo aquel que sirve para orientarnos en tantos sentidos… Pero nadie pagará por ello. El cielo también es propiedad suya, lo llenan de satélites, de cámaras y ondas, de basura. Y nos hurtan el mayor espectáculo de la tierra. Si alguna vez fuimos la materia de nuestros sueños, estos cada vez son más ramplones y nos los están robando, lenta pero irremisiblemente. Al noventa y nueve por ciento de todos nosotros. Al menos este verano procuren recuperar la noche.
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