03/04/2015
 Actualizado a 13/09/2019
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La semana pasada, un día cualquiera de la semana pasada, nos estrellamos todos. O, bien mirado, nos quieren hacer creer que nos hemos estrellado. ¿Por qué, (como decía Mourinho), por qué nos movemos siempre entre el lodo del morbo?

Un piloto enfermo estrelló un avión con ciento cincuenta personas a bordo contra un pico de los Alpes. Estaba, sin duda, enfermo, porque sino no lo hubiera hecho. Casi todos, menos los tontos o los idiotas, alguna vez a lo largo de nuestra vida, nos hemos querido borrar, quitar del medio: nos hemos querido suicidar. Normalmente, claro, no lo hacemos. Recuperamos la coherencia o nos dejamos llevar porque nos falta valor. Es duro escribir esto, creo, pero es así. El piloto alemán, sin embargo, fue capaz de hacerlo. Erró en lo de llevarse por delante a ciento cincuenta inocentes que no tenían, en aquel momento, ningún motivo para morir.

Lo que llevo mal es el circo que se ha montado después. Los periódicos, las televisiones, no entienden que hay que dejar en paz a los muertos y a sus familias. El duelo, ese trance que toca pasar cuando un avatar extraordinario conmueve nuestra vida, se sufre en silencio, recordando lo que hemos perdido con dolor, con rabia, con desesperanza. Pero no. El circo y sus payasos deben de seguir dando la función. Deben de escarbar en los restos de los muertos, en la herida de sus familias. De acuerdo: el piloto estaba loco, sí. ¿Y sus padres?, ¿y sus hermanos, si los tenía, que no lo sé?, ¿y sus amigos?, ¿que culpa tienen ellos?, ¿por qué se les enjuicia, por qué se les persigue para que digan unas palabras sobre lo sucedido? Dejadles en paz, que bastante tienen para ellos.

Por desgracia, este sin dios no es nuevo. Uno recuerda con asco la que se montó en las televisiones cuando el asesinato de las niñas de Alcasser. No es de recibo, no lo es. «Dejad que los muertos entierren a los muertos».

Pero pasa con todo. Estamos ávidos de que cualquier chisme, por estúpido o macabro que sea, distraiga nuestra monótona vida. Da lo mismo que sea una tragedia, como esta, o los cuernos que pone cualquier personaje mediático a su novia, o las tonterías que dicen en los ‘reality’, la Belén Esteban, o un descerebrado desconocido en ‘Mujeres y Hombres y viceversa’. Queremos morbo, queremos ver destruida la reputación de alguien, queremos ver sangre en el plató o en la páginas de papel cuché. En la política, pasa igual. Importa una mierda saber qué propone Pepito o Manolito. Lo único que importa es saber con quién sale, a quién ha pisado para subir él, cuánto robará o cuánto ha robado. Mal pelaje... Salud y anarquía.
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