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Este sol de la infancia

25/02/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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Escribir hoy, 22 de febrero de 2019, octogésimo aniversario de la muerte del poeta Antonio Machado en Colliure, buscando a pie la frontera desde una Barcelona a punto de ser engullida por las tropas vencedoras del general Franco, derrotado hasta el naufragio, no puede ser sino un lamento por una España que sacrifica a sus hijos cada cierto tiempo sin importarle nada y sin pedir perdón jamás, como si estos le sobraran y no fueran necesarios para la imprescindible y conveniente reconciliación nacional.

Los nacidos después de aquello nunca alcanzaremos a conocer en profundidad la tragedia vivida por este hombre, uno de los más grandes poetas españoles de todos los tiempos, y uno de los mayores ejemplos de dignidad humana que han llegado hasta nosotros. Tanto que toda ‘la izquierda’ de la posguerra hizo de él un símbolo, y casi todos acudíamos al cementerio de Colliure a depositar ramos de flores, y a rememorar su paseo desde la pensión a la que llegó maltrecho, con su hermano y con su madre enferma. Una mañana bajó hasta la playa de la que regresó con aquel verso escrito en un papel, el último antes de morir. «Estos cielos azules y este sol de la infancia».

El cronista, además de asiduo visitante del cementerio de Colliure y de la pensión Quintana, realizó un viaje a Segovia un 13 de mayo de 2015, para visitar la ciudad en la que vivió el poeta sus años de profesor, alojado en una pensión de mala muerte que puede visitarse. Machado llegó allí en 1919, ya maduro, hace un siglo. Y allí se reencontró con aquella Castilla en la que había tenido el amor de su joven Leonor, y lo había perdido todo, pero a la que seguía cantando como nadie lo había hecho hasta entonces.

Allí se puede ver la cama, la mesita, el palanganero, la mesa de escritorio, el espejo, y hasta el orinal, y percibir el ambiente de soledad que ha quedado impregnado en las paredes de la casa vieja precedida de un pequeño jardín presidido por el busto del poeta. «Cama de hierro, austera, recubierta por una sábana amarilla. No es difícil imaginarle ahí, un día y otro, sentado para descalzarse, mientras trata de ordenar sus pensamientos». Así comienzan las notas del cronista en su libreta, en cuya tapa luce, limpio, el acueducto. Y continúan: «Sabio poeta prematuramente envejecido después de haber pintado aquella España que le tocó sufrir». «Esta jofaina, este espejo en la pared, estos daguerrotipos de Leonor, es lo que queda de lo que fueran aquellos cielos azules y aquel sol de la infancia».
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