28/11/2022
 Actualizado a 28/11/2022
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La canción que hemos escuchado en mil verbenas dice ‘Hay un gallego en la Luna’, pero, si todo va bien, llevamos camino de que en unos años haya al menos dos leoneses: Pablo Álvarez y Sara García.

La cosa se supo a media semana, cuando nos encontrábamos, como sucede ahora sin cesar, envueltos en mil discusiones bizantinas, en toda la morralla dialéctica tan propia de este comienzo de siglo. Pero hay noticias que tienen un magnífico efecto de limpieza, que adecentan la mente y el corazón.

Por supuesto, sabía que escribir hoy lunes de esta subida de adrenalina para esta ciudad, para esta provincia, sería ya demasiado tarde, porque el asunto tuvo tal efecto y produjo tal euforia que, a las pocas horas, ya todo el mundo estaba hablando de ello. Será que no nos pasan demasiadas cosas buenas. Y por eso, en cuanto una salta, por lo que sea, en cuanto agarramos el tren de la modernidad en un escorzo improbable, mágico, quizás milagroso, todos nos ponemos de inmediato a glosar la hazaña, y no sin razón. Necesitamos creernos lo que podemos hacer. Necesitamos aumentar nuestra autoestima.

Sí, también nos pueden pasar cosas interesantes y positivas. En las primeras horas, estos dos muchachos (tienen poco más de treinta años) acapararon las portadas de los periódicos, también la cabecera de los telediarios. Su historia llamó la atención, no sólo porque eran los primeros astronautas españoles que habían pasado todo el proceso de selección (nada sencillo) en los últimos treinta años, sino porque pertenecían a la misma ciudad, la nuestra, y porque sus primeros pasos habían sido también semejantes (colegios cercanos, la Universidad de León), sino, y, sobre todo, porque no pertenecían a ninguna tradición familiar de científicos de elite, o de aviadores de renombre, ni, muchos menos, de expertos en viajes espaciales. Muy al contrario, su origen es humilde y sencillo, y eso es lo más emocionante de todo.

Leo que, dentro de sus familias, fueron los primeros en ir a la universidad. Ellos se han construido su futuro, desde la sencillez, desde abajo, y creo que es ahí donde todo verdaderamente empezó. Este gran salto, este vuelo profesional hacia la posibilidad de viajar un día a la Luna, es otro peldaño de dos carreras fascinantes. Y de dos carreras de aquí. Acostumbrados como estamos tantas veces a elogiar a nuestros futbolistas locales, que con enorme dificultad llegan al primer equipo (un orgullo entendible, claro está), qué diremos ahora de estos dos astronautas, elegidos entre 22.500 personas, en un proceso anónimo y muy exigente. Me he quejado muchas veces de que los científicos no alcanzan con facilidad los micrófonos, ni las portadas de los periódicos, por más que lleven a cabo cosas importantes para la humanidad. A menudo sabemos mucho más de un deportista que de un Premio Nobel. Bueno, no está mal que las cosas empiecen a cambiar.

El efecto mediático producido por la elección de Pablo Álvarez y Sara García no debería disiparse a gran velocidad, pero tengo mis dudas. Conozco el efecto champán de estas cosas, para desesperación, claro, de los que defendemos la urgente apuesta por la modernización y la ciencia, sobre cualquier otra cosa. Por supuesto suyo es el mérito y suyo es el futuro. Faltaría más. Pero ellos han sido los primeros en hablar de sus orígenes, de su primera formación, lo que nos pone en la pista de que no es necesario estar en el centro del mundo para lograr grandes éxitos. Aunque sí, tengo mis dudas…, mis dudas sobre cómo lograr que este impulso no decaiga, pero, al tiempo, creo que es hora de que dejemos de una vez los escepticismos de lado, de que aparquemos un poco el victimismo. Hay cosas que se hacen bien, aunque no sean suficientemente reconocidas. Aunque incluso sorprendan en otros lugares, porque, en efecto, como ya se ha escrito, parece que lo más noticiable es que estos dos jóvenes fueran, oh, precisamente de aquí: ¿de aquí? ¿Pero no es este el lugar sin futuro y, ya puestos, sin presente?

Sí, sí… dos chicos de provincias, ya saben (así nos suelen llamar). Espero que no tengan que pedir perdón por ello. Por representar a la España finiquitada y olvidada, al parecer muerta en vida. Jóvenes y astronautas: resulta difícil pensar en algo más rotundamente atractivo, en algo que pueda hablar más alto del futuro. Y, aunque ellos son una realidad muy real, que hemos de celebrar, también son un símbolo, o lo deberían ser de ahora en adelante. El símbolo de todo lo que se puede lograr, aunque tus orígenes sean modestos. Esto es, insisto, lo más emocionante. Lo más alentador. Lo que puede enseñar a muchos el camino. Un impulso fascinante para los que aspiran a triunfar en el mundo de la ciencia, un impulso fascinante, también, para las mujeres y para la igualdad de oportunidades, en especial en ese universo que tradicionalmente (injustamente, claro) se ha considerado como un universo masculino. Es bueno que los estúpidos estereotipos salten cuanto antes en mil pedazos. Es saludable.

Supongo que necesitamos noticias así. Todo esto volverá un día, si alguno de los dos, o ambos, Pablo Álvarez y Sara García, logran embarcarse en una misión, desde la Estación Espacial Internacional a un posible viaje a la Luna. El eco mediático, que posiblemente se mitigue y sea sustituido por nuestra bronca habitual, por el ruido que nos acompaña y nos confunde casi a diario, regresará en algún momento, y uno espera que no sea presentado de nuevo como un fruto de la excepcionalidad, como un milagro de la tierra extraviada.

Ah, hay algo más. El asunto de la Agencia Espacial Española. También instalados en el escepticismo habitual (comprensible, de acuerdo) hemos pensado que lograr esta designación está difícil. No hay duda de que León necesita más servicios e infraestructuras que la potencien hacia el futuro. Una modernización urgente que pasa por un tejido tecnológico relevante. Creo, sinceramente, que es un lugar perfecto para dar cobijo a estas instalaciones.

Si la localización del Incibe en León constituyó un pilar de progreso desde su origen, lo cierto es que esa dinámica debería fortalecerse ahora. León es un lugar cargado de historia y de tradiciones, sí, nada que objetar, pero el futuro está en la transformación, en la evolución: es la modernización el verdadero reto, lo único que nos puede salvar de verdad. Estar en la pomada del progreso y en el camino de la tecnología. A ello debemos aplicarnos. Pablo Álvarez y Sara García han aparecido en el momento en que León puede (y debe) convertirse en la sede de la Agencia Espacial Española. Ellos han apostado con claridad por ello. Esperemos que se tenga en cuenta.
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