"Estamos utilizando causas que a todos nos conmueven para lograr control ideológico"

Entrevista a Alfredo Marcos Martínez, catedrático de Filosofía de la Ciencia de la UVA

Mirfat Márquez
02/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Alfredo Marcos Martínez (León, 1961) es catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Valladolid, una rama de los estudios filosóficos que se encarga de hacer una reflexión sobre una parte de la acción humana que es la ciencia, en donde se plantean dilemas de carácter lógico, semántico, ético, político, ontológico, etcétera, en pocas palabras, cualquier tipo de cuestión filosófica relacionada con las ciencias.

En el 2010, en un congreso impartido en la Universidad Católica Juan Pablo II, ubicada en la ciudad polaca de Lublin, Alfredo Marcos da título a uno de sus ensayos ‘¿El liberalismo puede ser totalitario?’, en el que expone de manera brillante por qué tal pregunta, con un ‘no’ como respuesta a priori, podría llegar a ser afirmativa.

Durante la segunda posguerra mundial Europa impulsó un modelo liberal-democrático, que, a pesar de haber traído consigo un crecimiento económico y cierta estabilidad a los países que lo acogieron, se está transformando poco a poco en un liberalismo radical, ya que como muy bien remarca, el pensamiento político de Aristóteles, cualquier forma política puede corromperse y no hay ninguna garantía de que una democracia liberal sana lo sea permanentemente.

En su ensayo, Alfredo Marcos, describe dos formas de liberalismo, los cuales considera «los dos troncos principales»; el liberalismo moderado, basado en tradiciones y formas de vida de ciertas comunidades, así como en la humildad intelectual, el sentido común, y, sobre todo, la limitación de poderes para que ninguno sea absoluto, con respeto al ámbito privado, sin entrar en la casa y en la conciencia de la gente; y el liberalismo radical, basado en la razón, pretendiendo organizar la sociedad desde ella, haciendo caso omiso del pasado, siendo precisamente lo que lo hace más propenso a una deriva totalitaria.

–En los países occidentales hay una ideología claramente dominante. Existe cierta desconfianza a toda tradición como fuente de saber, tampoco se reconoce valor al sentido común y hay un claro ataque a la cultura judeocristiana. ¿Definiría usted está ideología como liberalismo radical?
–Sí, podría definirse como una ideología de lo políticamente correcto, una continuación de las raíces intelectuales de los liberales en EEUU o del progresismo en Europa, que comparten un sustrato utópico, pretenden aprender del futuro y cambiar el pasado o rearbitrarlo, desprecian las tradiciones sapienciales y el sentido común. Un enfoque totalmente desorientador y desconcertante ya que, por un lado, es difícil aprender de algo que no existe como es el futuro y por otro, es imposible cambiar el pasado. Es mucho más sensato aprender del pasado y después ponerse manos a la obra para construir con libertad hacia el futuro.

–Paradójicamente, si se elimina todo lo socialmente construido, simplemente se estaría creando otro tipo de construcción social, con la diferencia que esta se ajustaría a sus ideales.
–Es el intento de imponer las propias ideas y los propios sistemas conceptuales sobre la realidad, en lugar de ir formando, como sería más correcto, mis ideas a partir de lo que realmente existe, como las tradiciones, la vida real y los usos de las virtudes de ciertas comunidades, para ir mejorando la realidad mediante un sentido común crítico, no uno bloqueado o congelado, sino que pueda evolucionar. Una visión que está muy en consonancia con ese liberalismo que llamábamos tradicional. Pero es mucho más fácil manipular y construir un poder totalitario desde ensoñaciones utópicas porque como no existen, sencillamente impongo la que a mí me parece bien. Me recuerda a aquel famoso eslogan de hace unos años, ‘otro mundo es posible’, claro que es posible otra configuración del mundo, pero podría resultar peor.

–No sé si conoce usted a Jordan Peterson, un psicólogo canadiense que salió a la palestra tras oponerse al lenguaje inclusivo de género que Justin Trudeau, primer ministro canadiense quería imponer. Peterson explicó durante una entrevista que todos los totalitarismos habían empezado por controlar el lenguaje, ¿cree usted que ciertos lobbies como el feminismo y LGTBI están siendo utilizados por políticos como herramienta de control?
–Se ha transformado el lenguaje en una especie de marca de identificación ideológica y moral, es decir, si utilizas en público cierto lenguaje, pasas a tener la insignia de bueno y si no lo utilizas pasas a ser sospechoso. Entonces, los debates en lugar de establecerse en término de verdad o error, se establecen en términos de buenos o malos, con lo cual si uno puede ser descalificado antes de debatir la verdad o falsedad de sus ideas pues nos ahorramos el debate leal y se pasa a una especie de control social con una política de palo y zanahoria, es decir, descalificaciones morales por un lado y redes clientelares por el otro, en las cuales se vive muy a gusto. En cuanto a los lobbies que comentas, estamos ante la idea de la perversión de las causas justas, es decir, se están utilizando hipócritamente causas que a todos nos conmueven y que nos parecen perfectamente justas como vectores para lograr control ideológico y que acaban por dañar a las personas más vulnerables.

–Este pensamiento único es bastante visible en una sociedad fuertemente ligada a una ideología de la victimización con la falta de introspección como seña de identidad, cuyos medios de comunicación, no sólo los españoles, reflejan a la perfección con términos creados como ‘fake news’ o la posverdad.
–Efectivamente los medios más oficialistas occidentales que son invulnerables a la autocrítica, tienen una especie de buena conciencia blindada, su superioridad moral les hace ver la paja en el ojo ajeno, y nunca piensan que palabras que ahora están de moda como la posverdad o ‘fake news’ se les puedan aplicar a ellos. Las utilizan como arma arrojadiza para que nadie se escape de un sistema de coordenadas de pensamiento, las usan contra la estructura de internet y las RRSS que son las que están facilitando que algunas ideas se escapen al discurso controlado y que la gente recupere una cierta libertad para pensar y opinar como quiera.

–Estamos ante una sociedad especialmente susceptible, ¿por qué las personas se ofenden fácilmente hoy en día?
–En la Academia Platónica y en el Liceo de Aristóteles da la impresión de que se podía discutir con libertad sobre cualquier cosa porque de fondo había como una relación de amistad y de confianza mutua. Es decir, yo puedo discrepar contigo en lo que sea y dar mi opinión sin que te ofendas y puedo recibir tus críticas sin que a mí me ofendan, si en el fondo hay una cierta solidaridad o comunidad, si compartimos mínimamente cierta humanidad. En el momento en el que la sociedad se atomiza totalmente y nos consideramos extraños y ajenos el uno del otro, cualquier opinión o crítica contraria que recibas puede ser inmediatamente interpretada en términos personales. Este fenómeno se puede apreciar más en las RRSS donde es más difícil establecer esas conexiones humanas de fondo.

–Se está viendo un cambio de políticas en Europa occidental, ¿cree que existe un problema en la falta de representación de cierta parte de la sociedad?
–Existe un fraude de representación. Nadie puede situarse en un plano de superiodad moral porque se auto atribuya la representación total de ciertas entidades, como por ejemplo la naturaleza, o el conjunto de las mujeres. No existe más representación que aquella que se establece a través de mecanismos legítimos de representación, de manera que uno es representante de sí mismo y después en la política de sus votantes, lo contrario es un sometimiento a una estafa intelectual o política.

–¿Es irreparable el daño perpetrado por esta ideología en algunos aspectos de la sociedad?
–No creo que haya nada irreversible ni para bien ni para mal, hay bases de resistencia, al igual que vías y cauces para pensar con libertad y de modo crítico. Aunque en muchas ocasiones no será muy fácil, pero lo cierto es que en la sociedad sigue habiendo todo tipo de ideas, sigue habiendo debate.

–Dice usted en su ensayo que el liberalismo radical es hostil ante la religión, un fenómeno que se lleva dando desde finales del siglo pasado en los países occidentales, ¿a qué cree sé que debe?
–Me da la impresión de que la religión, especialmente la cristiana, pone a todos los seres humanos en un plano de igualdad y de fraternidad, de tal manera que cada uno de nosotros tiene un valor infinito que se llama dignidad. Independientemente de las creencias religiosas, esta cultura judeocristiana de base ofrece a las personas una libertad y mucha protección frente a los poderes públicos, cada uno se siente tan digno como el del al lado y tiene un valor como persona que no lo supera ninguna diferencia económica, ni de poder, ni de rango social. Entonces, entiendo que cualquiera que quiera controlar o dominar una sociedad e imponer sus ideas sobre la realidad, ponga en solfa esta tradición que ha tenido la capacidad de erigirse en el tiempo como un elemento de resistencia moral ante el poder político, y que le moleste el hecho de que cada persona sienta que tiene un valor infinito, y que su dignidad no puede ser intercambiada, vendida ni comprada.

–Si preservar la cultura y tradiciones de los países occidentales es visto como xenofobia y racismo, ¿por qué esos mismos países promueven y apoyan que otros expresen las suyas?
–El principal problema no es una amenaza exterior, sino interior. Existe una especie de auto odio en Occidente. Cuando alguien llega a un país europeo en la actualidad, se encuentra con un proyecto poco atractivo, es decir, con una cultura en plena decadencia que no respeta sus propias bases históricas ni sus propias tradiciones y que no tiene una clara conciencia de sí misma, lo que dificulta mucho todos los problemas de integración multicultural que se están dando ahora mismo. Se generan así, recipientes estancos, es decir, pequeños cercos culturales incomunicados entre sí, con la única posibilidad de que puedan coexistir en un mismo territorio. Se ha hecho de diferentes formas en varios países europeos, pero en ninguno de los casos parece que haya habido buenos resultados. Habrá que ver cómo afrontarlo. Y, desde luego, la única posibilidad que tiene Europa de ayudar es estar ella misma sana desde el punto de vista social, político y económico, sino difícilmente podrá ayudar a otros.

–La historia nos ha dado buena cuenta de que todas las grandes civilizaciones colapsaron, ¿está la civilización occidental también condenada a ello?
–Primero, habíamos quedado en que el futuro no existe y en que solo una banda de iluminados cree que lo tiene a la vista, entonces no sé lo que puede suceder. Lo que sé es lo quiero que pase: que se respeten los dos pilares que llevan siglos siendo la base de la cultura occidental, como es el judeocristiano y el grecolatino. Si Europa se puede construir de alguna manera legítima y prometedora para el resto de la humanidad es sobre estas bases.
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