05/02/2020
 Actualizado a 05/02/2020
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Realmente, como ya he afirmado y firmado alguna otra vez, no dirá este escribidor que sea ni se sienta monárquico. Entre otras cosas porque, asumido el derecho humano que proclama que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros», entenderán que no asuma la superioridad sanguínea de nadie sobre nadie.

Sí creo ser público defensor de la «res publica» –origen del término «república»– y por eso cuando se habla de república pido siempre, así como en tanta película americana, que previamente «definamos» república. Digo esto porque, a la vista de los saineteros cuando no chabacanos comportamientos institucionales de algunos que se dicen republicanos, yo me declaro «respublicano», es decir, que lo que espero y pretendo es la mejor marcha de la cosa pública para el mayor bienestar de los ciudadanos; del Estado, al margen de la forma de este.

En política, uno, se sabe, prefiere los hechos, los actos reales, a los símbolos. Dejen pues tranquilo el marco y todo poder cuide más las pinceladas que nos representen mejores días y vida.

Así estos tiempos en que parece que nada importa que no sea el sainete o numerito que lleve al éxito, la laureada medalla, el record o tan solo los breves segundos de gloria mediática; en que el molesto ruido patriotero de vario ámbito territorial entorpece tanto el silencio preciso para contemplar y cuestionar la realidad, se ha despedido el mes de enero con siete asesinatos de mujeres y una niña por violencia de género en la vergüenza patria que, como cuentagotas, salvo noticia puntual, no parecen haber significado mucho, apenas nada, en el temblor y rabia del país. ¿Será que ya ha tocado pasar página, que otros son los eslóganes y muletillas a usar en supuesta modernidad bocal?

Bien es cierto que representan una víctima menos que en igual mes del pasado año, pero también que son seis más que en el aciago 2018.

No quiero pensar que nos estemos acostumbrado a esta barbarie, pero: ¿no es de llamar la atención el que ninguna de las siete víctimas hubiese denunciado malos tratos previamente? ¿Nadie se cuestiona la eficacia de la campaña de publicidad del 016 que, de repetitiva y relacionada con los reiterados crímenes, puede ya ser ignorada? ¿Nadie echa de menos más presión y debate público y más apoyo y ánimo a las aún resistentes víctimas, de hacerlas saber que no están solas?

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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