04/09/2021
 Actualizado a 04/09/2021
Guardar
Vuelve septiembre y con él la prisa y las agendas ardiendo. Los que tenemos hijos pasamos de cero a doscientos preparando no sólo el material sino a los propios interfectos, para que den por finiquitadas las mañanas eternas en la cama y las noches de amigos. Todo son caras largas y pocas ganas de entrar en el engranaje de nuevo.

Yo trato de inculcar en casa que la desagradable sensación de fin de fiesta es falsa y que la vida es como las estaciones, que se repiten en bucle. No es más feliz el que consigue alargar más la del verano sino el que disfruta con el cambio y se adapta mejor a la idea cíclica de la existencia.

Siempre hubo quien detestó los domingos, por poner otro ejemplo y, sin embargo, a mí me parece el día perfecto para leer, cocinar, para compartir con los amigos, o para perderme por cualquier parque como si cada segundo fuese una sustancia preciosa o siguiendo las enseñanzas de un proverbio tibetano que reza «mañana o la próxima vida, nunca se sabe que llegará primero».

Decía Jodorowsky que en la vida vemos morir a nuestros seres queridos delante de nuestros ojos, muchas veces, más de las que quisiéramos, pero que es algo inevitable ya que en este mundo nada permanece inmutable, todos estamos en una búsqueda y tratar de congelar la realidad o aferrarnos a un yo férreo es la raíz del sufrimiento.

Parece fácil y quizá sea un lugar común, pero este desapego ‘en vida’ entraña una valentía y un amor incondicional que a veces nos falta. Nos aferramos a lo conocido, a la cotidianeidad, perdiendo de vista que no hacemos pie en el misterio que habitamos. Sin embargo, cada cambio, decepción o pérdida, nos da una lección maestra sobre la impermanencia y nos acerca a la verdad.

He notado que, con los años, y ya pasé los cuarenta, me siento cada vez más cerca de la naturaleza, creo que, por el hecho de haber perdido a seres muy queridos, he sentido el dolor y tras la impotencia y la rabia me he rendido a una suerte de aceptación que encuentra su más alta expresión en la naturaleza.que al ser largamente contemplada muestra ese ‘vacuidad’ de lo impermanente, un vacío hermosísimo e interconectado con todas las cosas.

Así las cosas, el otoño llega como una pequeña muerte y un gran renacer. Tiene la densidad de la despedida, pero la luz de las esperanzas y los proyectos. Alimentemos esta segunda visión como una percepción selectiva, y esperemos de nuevo al invierno, a la primavera y al verano, como si «las puertas de la percepción se hubiesen purificado» (Aldous Huxley). Ésa es la consigna.
Lo más leído