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Estación Segovia-Guiomar

11/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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En ocasiones una viaja sin planificarlo, en repuesta agradecida a una invitación. Así, así visité yo por vez primera la monumental Segovia. La entonces concejala de Cultura, Clara Isabel Luquero se dirigíó a mí para solicitar mi intervención en una conferencia recital sobre mi vida y obra. El calendario marcaba abril, 2004. El día elegido para dicho acto en el salón de actos de Caja Segovia era el 27. Me hospedé en el Hotel Infanta Isabel, situado en la Plaza Mayor. Dicho hotel estaba bien, pero mi habitación no tenía persiana por lo que durante la noche la claridad artificial me acompañaba inseparablemente perturbándome el sueño. Pues soy incapaz de dormir con luz, motivo por el cual cuando me voy fuera me acompaña siempre un antifaz hermanado con un collarín.

Tengo muy claro donde me alojé, mas no donde comí un cochinillo asado estupendo. Descubrí para mí, además, incluso lo palpé, el impresionante Acueducto, la obra romana de arquitectura civil más importante en España. La verdad es que sentía como si sus múltiples ojos me vigilasen por todas partes. ¡Qué maravilla resaltada por esa loba capitolina réplica de la romana Luperca que lo acompaña! No es extraño, pues, que éste, junto con la Ciudad Vieja, fuese declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985. Extraordinario resulta el ajardinado Alcázar de Toledo controlando desde la altura la ciudad.

Pasarían bastantes años para volver a la urbe entre los ríos Eresma y Clamores con un pequeño campo universitario perteneciente a la Universidad de Valladolid y una nueva estación trenera, bien distante del centro, denominada Segovia-Guiomar, nombre elegido por Adif (Adminstración de Estructuras Ferroviarias) que desconozco si gustaría mucho a Antonio Machado, cuya relación con la mediocre poeta Pilar de Valderrama oculta bajo el nombre de Guiomar es obscura, discutible, ambigua.

Mi segunda y última visita, por ahora, fue grupal. Varios amigos pateamos la ciudad, acercándonos a la casa museo de Machado en cuyo pequeño jardín existe un busto del poeta construido por Emiliano Barral. Antonio Machado cuenta, además, con una escultura en bronce erigida en su honor en la Plaza Mayor. No debe extrañarnos, máxime si pensamos que el poeta vivió y fue profesor en ella durante doce años.

Previo a concluir debo consignar que la casualidad, mira tú por donde, esta vez depositó en mis manos una tarjeta relativa al restaurante en el cual hemos comido asimismo otro extraordinario cochinillo asado: Asador El Bernardino, situado en la calle Cervantes.

Consignar, igualmente, que tengo muchas ganas de acudir a una celebración del ‘Hay Festival’. Su programa tan ambicioso, variado, plagado de figuras destacadas nacionales e internacionales o exposiciones inigualables es una maravilla que no deseo perderme.
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