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Estaba de parranda

21/09/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Estaba Franco en Andalucía inaugurando un pantano. Miles de personas habían sido llevadas en autocares, (con un bocadillo de salchichón como premio), para que aplaudiesen al caudillo. Iba con él Alberto Martín Artajo como ministro de semana (el que lo acompañaba cuando hacía giras por provincias). El público aplaudía sin cesar y cantaba: «¡Franco, Artajo, Franco, Artajo!» En esto un gitano que andaba por allí va y dice: «¡Que ar Tajo, ar Guadalquivir, que está más cerca!».

Este sucedido ocurrió por los años cincuenta del pasado siglo. Luego, en 1975, un veinte de noviembre, moría en una cama del hospital de la Paz, en Madrid.

Pues resulta que no, que no está muerto. O por lo menos eso se dice entre la fuerzas de ‘izquierdas’ y los catalanes. Ahora resulta que la llorera que agarró Arias Navarro (alías ‘Carnicerito de Málaga’), cuando leía ante las cámaras de la televisión su testamento vital, aquel que comenzaba: «Españoles, en la hora en que debo presentar mi espíritu ante el Altísimo y someterme a su inapelable juicio...», era un cuento, un montaje, parecido al que hizo la Nasa cuando nos quiso meter la bola de que el hombre había llegado a la luna. Franco, ese hombre, anda por ahí, disfrazado de lagarterana o de bombero torero. ¡Ay que joderse!, ¡qué fáciles somos de engañar! Si tengo que creer a la línea oficial, el cadáver del general lleva enterrado en el Valle de los Caídos cuarenta y dos años, ¡cómo tiene que estar el pobre!, no le deben de quedar ni los huesos, que la muerte come mucho. Si, por el contrario, hago caso a los rogelios y a los separatistas, Franco es el que está mandando a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en los registros de las imprentas; el que está firmando las citaciones a los alcaldes un poco díscolos; el que está cerrando las páginas web que piden el referéndum; el que está aconsejando, por lo bajini, a Rajoy para que meta en cintura a esos hijos de puta separatistas. ¡De lo que se entera uno! ¿Cómo no voy a creer en la reencarnación? ¿Cómo voy a dudar de la transmutación de las almas? Alguien, creo que los curas, me enseñaron que no se debe de hablar mal de los muertos, y es algo que siempre he procurado hacer. Es cierto que del susodicho se puede hablar mal casi eternamente, pero, ¡coño!, yo creo que ya está bien...

Franco ganó la guerra incivil por qué tenía más armas. Sólo por eso. Pero desde que se terminó la guerra hasta que murió pasaron cerca de cuarenta años. ¿Es que no hubo forma de quitarlo del poder? ¿Es que todo el pueblo, o al menos la mayoría, estaba en su contra? Lo dudo. El pueblo se deja guiar y se hace cómplice de los desmanes de los que los gobiernan, aunque sea por inacción. Hitler, Musolini, Stalin o Mao no pudieron preparar las que prepararon sin el apoyo explícito de la mayoría de sus compatriotas. Lo mismo que Franco. Cuando murió, al poco tiempo, quedó claro que todo no estaba «atado y bien atado», porque, a los tres años, se celebraron elecciones libres. Y la misma gente que votó en ellas habían desfilado ante su cadáver expuesto en el Palacio Real en días de filas interminables. La misma gente que votó a la UCD o al Psoe o al Partido Comunista, la misma, había acudido a su entierro y, luego, a la proclamación de Juan Carlos como Rey de España. Aquellos días, por un evento o por otro, se echó a la calle todo Madrid. Fletaron autocares en toda España para llevar a la capital a miles y miles de buenas personas para hacer bulto. Esas mismas personas, a los tres años, dijeron que «borrón y cuenta nueva» y acudieron a las urnas formando las mismas interminables filas. Eran cosas normales, cosas de aquel nuevo tiempo que surgió nada más enterrar al general.

Ahora resulta que aquellos hombres que ejercieron por primera vez en cuarenta años su derecho a elegir a sus representantes estaban equivocados. Que se dejaron embaucar por los hijos putativos del general. Que fueron engañados como chinos. Que más les hubiera valido quedarse en casa. Y todo porque votaron a los equivocados, a los herederos del caudillo. Tontos, que fuisteis más tontos que Geto el de Sopeña, que os pusieron el caramelo en la boca y lo zampasteis sin pensar lo perjudicial que era. Y todo eso lo dicen los hijos de aquellos que se presentaron a aquellas mágicas elecciones y que no les votó ni la familia... ¡Cuanto tenéis que espabilar, cuitaos, que sois unos cuitaos!

P.S. : Yo no voté por qué no tenía la edad reglamentaria y si la hubiera tenido, no habría votado, como no habría ido al entierro y a la proclamación. Los principios son los principios. Salud y anarquía.
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