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¿Esta casa es una ruina?

17/01/2020
 Actualizado a 17/01/2020
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Más de una vez, amigos o antiguos clientes me encuentran por la calle y me preguntan si unas grietas, fisuras (u otras situaciones similares), son peligrosas, no sea que «se me vaya a caer la casa».

Una de las primeras cosas que nos decían en la Escuela de Arquitectura cuando empezábamos a estudiar esto de los edificios y, sobre todo, de su construcción, era que tendían a no caerse. Es más, algún profesor afirmaba que todas las casas tenían un ángel de la guarda que las sostenía. Y lo decían muy serios.

Lo que no quita para que, algunas, no muchas, se caigan.

Claro que eso es ahora, hoy, que las normativas de cálculo, y los conocimientos del terreno han avanzado no mucho, sino muchísimo.

Porque lo que es la técnica del cálculo de la estructura de los edificios tiene no mucho más de un siglo, pues eso de la construcción, más bien el levantado, desde que el mundo es mundo, se hizo por el sistema de la prueba y el error: se levantaba, y si se caía, se volvía a levantar. Así hasta que se tenía en pie.

Muchos han visto, y aún más, han oído hablar de Santa Sofía de Constantinopla. Esa gran bóveda, enorme para la época, se levantó siete veces. En seis se cayó y a la séptima se aguantó en pie para nuestra admiración. Y hasta hoy.

Mucho más cerca: la Sagrada Familia de Gaudí, que es más o menos de anteayer. Todos esos arcos y esas bóvedas parabólicas obedecen a un proceso intuitivo plasmado en una maqueta de cuerdas y saquitos de arena a modo de cargas proporcionales. Y ésta no se cayó.

Hoy hemos aprendido bastante, y el colapso o derrumbe de un edificio es relativamente difícil salvo graves errores de cálculo y, sobre todo, de ejecución, aunque esto último la propia legislación lo prevé, obligando a aplicar unos coeficientes de mayoración de cargas y de disminución de resistencia que hacen que, en realidad, se calcule para más del doble de la carga que pueda tener en el peor de los casos.

Aparecerán fisuras y grietas que asustan mucho pero que, aparte de su mal efecto, no son más que la prueba de que la estructura resistente trabaja y por lo tanto se deforma. Y ahí está el problema, pues los materiales habituales de construcción son muy rígidos, nada flexibles, cuando no muy frágiles, y no acompañan esas deformaciones, de manera que, por muy leves que sean, se rompen dejando su marca en forma de fisuras en suelos y, sobre todo, en paredes.

Por poner un ejemplo fácilmente entendible: se da como legalmente admisible (y por tanto no peligrosa) una deformación de hasta 1/500 de la longitud de una viga. Dicho en cristiano, se admite que una viga de 5 mts. puede deformarse hasta 1 cm. en la ‘panza’. Pues basta un descenso de la viga de dos milímetros (mucho menos que los 10 de limitación), para que todos los tabiques situados sobre ella se rompan. Y no tiene peligro de derrumbe. Simplemente es que la ley de la gravedad existe, permanente y con toda su fuerza, que es mucha. Es feo e incómodo, eso sí, pero no va más allá.

Todo esto es sabido en el ámbito de la construcción, y no va más allá del engorro que supone convivir con ello desde la mañana a la noche.

Pero, explícale a la señora Antonia, a la que la ha producido una fisura en la esquina del marco de la puerta o en un tabique cercano al balcón de la fachada, que eso es consecuencia de la ley de la gravedad, del momento flector de la viga o pilar y del paso del tiempo, a veces poco y otras veces mucho, y su efecto en el edificio, al que, como a las personas cuando envejecen, le salen granos y arrugas, y que no por eso la casa se va caer.

Si tienes suerte y es amiga, te creerá, aunque indefectiblemente con una pregunta final, acompañada de un fruncimiento de cejas: «¿seguro?».

No se puede negar que esas fisuras son incómodas, feas e inoportunas, que aparecen justo, como no, cuando acabas de pintar. Pero es que los edificios, tan grandes, tan robustos, tan sólidos, se mueven, se asientan o dilatan, por ejemplo, por el simple hecho del paso del verano al invierno; por eso tienen juntas de dilatación, obligatorias en todos los que miden más de 30 mts. de largo, aunque el ojo inexperto no las vea.

Y, sobre todo, como ya apunté anteriormente: los edificios están calculados para soportar más del doble de la carga que nunca van a tener.

Por eso, señora Antonia, su casa no es una ruina. Para ello, tienen que pasar muchas cosas, y todas juntas, lo que muy difícilmente sucede.
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