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Esplendor y vacíos

19/11/2022
 Actualizado a 19/11/2022
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El otoño se viste en noviembre de amarillo y rojo, se despliega ante nuestros ojos como una majestad dorada, ventoso y caduco, generoso, imponente. Tal vez porque al fin podemos disfrutarlo sin barreras, lo sentimos este año más crujiente que otros. Sin embargo, toda esa luz choca frontalmente con un vacío preocupante, que nos deja el cuerpo en estado de alarma permanente. Inflación, guerras cercanas y lejanas. La radio solo habla de conflictos. Parecen ajenos, fronterizos, pero esos fríos viven a la puerta de la esquina y más nos vale abrigarnos para que no nos toque estornudar febriles sin que el otoño pueda defendernos.

La semana pasada pudimos ver cómo una marea de ciudadanos inundó las calles de Madrid en protesta por la pésima calidad de la atención sanitaria. Hace una semana leía un artículo en las redes en el que una enfermera de esa comunidad dimitía por ansiedad y depresión. Estaba ella sola al frente de un centro de salud, sin médicos, atendiendo urgencias cuya gravedad escapaba a sus competencias y con un facultativo al teléfono como único apoyo. Así no podemos seguir. Madrid tiene un problema grave de déficit en el sector médico, pero no es un caso único, el problema lo tiene España. Y no es nuevo. Hace años que se han cargado la atención primaria, con listas de espera interminables, sueldos bajos, contratos basura a profesionales que terminan yéndose al extranjero porque en su país reciben una formación excelente pero después no se les ofrece un futuro acorde a su esfuerzo. Madrid es la punta del iceberg, pero Barcelona no está mejor, ni Asturias, ni muchas zonas rurales, en las que enfermar es morir de abandono. El Ministerio de Sanidad es el cuarto si empezamos a contar por la cola en lo que a partidas presupuestarias se refiere, cuando Sanidad y Educación deberían estar siempre a la cabeza de recursos de cualquier país. Sin salud y aprendizaje nunca seremos nada, no hay progreso.
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