25/05/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Valle-Inclán nunca pasará de moda. El dramaturgo gallego no sólo es un clásico, ha sido un visionario, y si no que se lo digan al presidente de la mesa de edad, lo mejor de la jornada en unas Cortes que arrancan su decimotercera legislatura más cerca del bochorno y del esperpento que de la dignidad y el respeto propios de una sólida democracia. No nos merecen. Cada día que pasa estoy más convencida. Sus señorías se comportaron como niños en su primer día de colegio, alumnos de infantil o primero de Primaria. Eligieron como ‘profe’ a Doña Meritxell, una maestra que no tiene muy clara la frontera entre lo admisible y lo negligente. El delegado está eufórico, ha obtenido en las urnas una victoria cómoda que le permite ser generoso y escuchar a todos sus compañeros: al que sufre la derrota más descorazonadora, ese niño de azul que llora en silencio, desmoralizado, nunca esperó perder por goleada. A medio camino el chico naranja, el que le está comiendo la merienda, serio, circunspecto, ágil en reflejos, lanza miradas inquisidoras a los de amarillo; no sienten ese colegio como suyo, quieren cambiar las normas, irse, jugar a otra cosa, pero con los medios y el patrocinio de la casa. Al chico naranja le duele esto, pero no se siente perdedor, todo lo contrario, sabe que es el empollón de la clase. El problema es que el empollón nunca tiene demasiados amigos. Sólo suelen llamarle cuando el temporal amenaza naufragio. El adolescente de morado es el mejor amigo del delegado. Basta ver su sonrisa. Sus notas han bajado, pero no importa demasiado porque su mejor amigo le necesita. Socio preferente. Actúa con la seguridad de saberse imprescindible: saluda, hace declaraciones, es el rey del mambo; en el fondo sabe que sus deseos son órdenes. Los ‘chicos malos’, los que meten miedo al resto del equipo, patalean, madrugan, ocupan asientos que no les corresponden sólo por provocar. Ese es su juego. El caso es que sus señorías, todos ellos con sus libros nuevos y sus maletines a estrenar, prometieron y juraron su cargo como les dio la gana. Un ‘Sí, juro’ o un ‘Sí, prometo’ deberían bastar. Hubiese sido lo justo, ‘y si no irse’, hubiera dicho La Faraona. Pero no, por jurar, sólo les faltó acordarse de su tía Francisca que en gloria esté. Este esperpento tan sólo es un tráiler de la que se avecina. Más nos vale elegir bien a nuestros representantes autonómicos y locales este domingo, cambiar la suerte de Castilla y León, pensar en nuestro futuro como ciudad y como provincia. Este Congreso sólo mirará hacia el Noreste.
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