26/12/2020
 Actualizado a 26/12/2020
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Hoy no quisiera escribir sobre los males que nos aquejan. No quisiera apuntar a las pérdidas, a los que agitan los ánimos con profecías agoreras o a los que tratan de dividirnos en colores, razas o géneros para nutrirse de esas brechas en cualquiera de las formas posibles, resumiéndose prácticamente todas en una: Ostentar el poder.

A pocos días para que termine el 2020, voy a escribir sobre la esperanza, esa llama que brilla dentro de cada uno, como los candelabros de Hanukkah, las luciérnagas en la noche de Ashura o las velas de adviento al pie del Belén.

Es la esperanza el soplo de un sueño, pero puede significar la antesala de un cambio si nos ponemos en marcha hacia él. Como decía Wichelm Meister «los deseos son presentimientos de las capacidades que anidan en nosotros, precursores de aquello que seremos un día, capaces de realizar».

La esperanza nace de un deseo del que tomamos consciencia y debería empujarnos a una liberación, no sólo del teatro del absurdo que contemplamos, sino de nuestras propias cadenas como espectadores.

Este año es el primero en la historia que nos ha golpeado a todos por igual, que nos vemos globalmente impelidos a un cambio. Ha quedado probado que estamos interconectados y que el destino es cada vez más homogéneo para nuestra especie. 2020 nos ha colocado en un vértice y ha hecho patente cuales son los sectores esenciales para nuestra supervivencia, ésos a los que hemos calificado de héroes.

Describe en una entrevista el Doctor José Eugenio Guerrero, jefe de UCI del Gregorio Marañón, el horror de la pandemia, pero también la sensación increíble que supuso la solidaridad entre las distintas instituciones, la colaboración que existió entre la sanidad pública y la privada cuando comenzaron a trabajar de forma conjunta, «donde nadie distinguía nada porque había tal necesidad de camas y de tratar enfermos que a nadie se le ocurrió pensar si este era blanco o rojo».

Conviven sus palabras con la alerta por parte del FMI de la mayor brecha entre regiones europeas ricas y pobres. Una advertencia de que quizá no es necesario esperar a que el enemigo común sea tan monstruoso para que tomemos conciencia de la necesidad de unir fuerzas. No habrá vacuna para los efectos colaterales de la pandemia. La cadena global se romperá por el eslabón más débil y si esto sucede, todos sufriremos el temporal y la puñalada letal a una democracia ya amenazada por los fantasmas del extremismo y la polaridad. Podemos aferrarnos a nuestras identidades, entendidas como antagonismos, o aprehender la esperanza que nos quede y hacer de ella un futuro posible para nuestra especie.

Hoy no quisiera escribir sobre los males que nos aquejan. Hoy sólo quisiera que, en el 2021, naciese en todos nosotros el deseo, como una llama en la oscuridad, de un mundo en que nos miremos de frente unos a otros, y a pesar de las diferencias nos respetemos y nos reconozcamos.
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