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Esperando al cartero

10/06/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Quim Monzò escribió un maravilloso cuento sobre un autor que estaba obsesionado con el Premio Nobel. Esperaba desde la ventana la llegada del cartero, se hacía el encontradizo en el portal y, cuando lo tenía delante, escrutaba su mirada como quien quiere averiguar el resultado de sus análisis estudiando la cara que pone el médico al leerlos. Así debieron de estar muchos escritores y socialistas (no por ese orden) durante esta semana, comprobando compulsivamente que sus teléfonos tenían batería y cobertura, por si les caía del cielo un ministerio a última hora. A quien le terminó cayendo en su día el Nobel, no de Literatura sino de la Paz, fue a Barack Obama, y eso que nunca estuvo pendiente del cartero. Su país sigue vendiendo armas, estabilizando aquí y desestabilizando allá, el mundo resulta tan cruel como antes de su paso por la Casa Blanca (si acaso, mucho más hortera), pero a Obama le dieron el premio por su declaración de intenciones sin importar lo que ocurriera después. Al nuevo Gobierno aún no le han dado el Nobel pero las loas a la declaración de intenciones que suponen algunos nombramientos se van acumulando hasta tal punto que quizá alguien haya postulado ya su candidatura. Cuando empiecen a gobernar, en la medida de sus posibilidades, asistiremos a otras loas preventivas del tipo a las crónicas del Marca no sobre el extraordinario partido de Cristiano Ronaldo, sino sobre su genialidad al calentar. Hemos ganado en dignidad, eso resulta obvio, no sólo por la histórica presencia de mujeres en el consejo de gobierno, sino porque esta vez parecen más quienes asumen el cargo por generosidad que quienes lo hacen por ambición. Y, sobre todo, hemos ganado en estética, porque al fin hemos perdido de vista trajes, gominas y actitudes que parecían sacadas de Los Soprano. A pesar de todo ello, y aunque a algunos les pueda parecer una locura, sería bueno esperar mínimamente por los resultados antes de almibarar el debate. Si viviéramos de las intenciones, León sería Silicon Valley. En otra obra maestra del cine sobre mafiosos, Pulp Fiction, el que probablemente sea el mejor papel secundario de la historia, el Señor Lobo, dice una ordinaria frase que llevo recordando toda la semana y que no me atrevo a reproducir ante la extrema sensibilidad del ambiente. Viene a advertir a sus secuaces que es demasiado pronto para felicitarse por lo bien que han hecho su trabajo, lo que así leído, la verdad, suena como córcholis o cáspita. En cualquier caso, en el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez se reparten tantos ministerios que resultaría más sencillo enumerar las áreas de las que no hay. Una de ellas es un problema estructural que afecta a la economía, a la ciencia, al cambio climático, al empleo, a la seguridad nacional, a la cultura y que hace saltar por los aires la justicia social, un problema que condiciona el desarrollo sostenible y que el PP dejó envejecer porque así le beneficiaba, que el PSOE ni se plantea en toda esta brillante operación de marketing político y del que el resto de partidos se acuerdan sólo cuando sus líderes visitan lugares como León, Zamora o Teruel. Provoca que algunas personas se manden cartas a sí mismas para que venga el cartero y, aunque no reciban un premio, así reciben al menos una visita. Se llama despoblación y, de momento, no tiene ministro ni ministra.
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