Angel Suárez 2024

España, nación y patria

01/10/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Con todas las taras que presenta la Constitución de 1978, no dudo que quienes la promovieron desde las más diversas procedencias ideológicas, trataron de instaurar un marco de convivencia digno y estable que permitiese a todos los españoles vivir como ciudadanos libres e iguales ante la Ley, que contase con un respaldo social incuestionable en un momento delicado, y que fuese aceptado internacionalmente. Puede decirse que lograron en buena medida sus objetivos, salvo en lo de dotar al régimen de estabilidad, que es precisamente aquello de lo que carecieron también las anteriores constituciones liberales que ha padecido España.

La del 78 llevaba dentro el germen de la inestabilidad, porque consagraba una forma de organización territorial que establecía la insolidaridad entre las regiones de España como el modo normal de hacer política. Desde su aprobación no ha habido un solo Gobierno que no haya entrado en el juego de la subasta de competencias, prebendas y escaños, como tampoco ha habido uno solo que se haya atrevido a utilizar jamás el término patria, situación insólita que solo sufrimos en España y que hemos acabado por aceptar como normal. Y en las consecuencias postreras de este régimen, cuando la integridad territorial del país se pone a prueba, el debate mediático no se centra en lo esencial, la defensa de la idea de España, sino en lo meramente jurídico y accidental: la homologación de las urnas, la actuación de la policía autonómica, las consecuencias legales de que algunos alcaldes decidan contravenir la suspensión del Tribunal Constitucional, o las posibles vulneraciones de la Ley de Protección de Datos por parte de las mesas electorales. Este es, de momento, el gran logro del golpe de estado separatista, y a él contribuye el hecho de que, por ridículo y chusquero, los españoles no nos lo estemos tomando en serio.

En nuestras manos está que como consecuencia de los luctuosos acontecimientos de estos días vuelva a hablarse de España como nación y patria, y a exigirse a políticos e instituciones que la defiendan a las claras y sin complejos. Nadie va a decir por nosotros que no queremos una selección que no sienta la bandera, ni una Conferencia Episcopal que se sitúe en la equidistancia entre nosotros y los golpistas, ni un presidente inútil y amedrentado, ni una oposición dispuesta a sacar rédito de la jarana. España es anterior a ellos y a nosotros mismos, y quien la afrente siempre tendrá delante a un quijote o varios millones ellos. Hagamos que lo sepan.
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