30/10/2019
 Actualizado a 30/10/2019
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Gabriel Celaya, de origen vasco (apellidos: Múgica, Celaya, Leceta), es hoy un poeta casi olvidado, pese a haber escrito más de 75 libros (55 de ellos de poesía) y ser de izquierdas. Quizás su pecado haya sido ser y sentirse español, un excelente poeta español que jamás se avergonzó de serlo ni dejó de pronunciar la palabra España (frecuente en sus versos). En su libro ‘Cantos iberos’, de 1955, escribió un poema titulado ‘España en marcha’, mucho antes de que François Macron creara su partido ‘France en Marche’ (que coincide con sus siglas FM), y de que Albert Rivera lo copiara en su eslogan ‘España en marcha’.

Voy a permitirme glosar, comentar, acercar sus versos (que tan bien interpretó Paco Ibáñez y que muchos cantamos con rebelde emoción en nuestra primera juventud) recordando lo que dicen, que poco tiene que ver con lo que Pablo Iglesias y su pandilla han entendido, que también han querido apropiarse de este ‘España en marcha’, prostituyendo su sentido. Celaya fue comunista, pero lo suficientemente libre como para renegar de Carrillo, y su poesía está muy por encima de los mensajes que hoy lanza ese relamido impostor que usa su nombre tan en vano (Iglesias, aclaro).

«Nosotros somos quien somos. / ¡Basta de historia y de cuentos! / ¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos». Así empieza el poema, y leídos estos versos sin añadido alguno, tomados como fueron escritos, o sea, al pie de la letra, son tan actuales que deberían cantárselos a Pedro Sánchez y a su vice la Cantante Calva allí donde fueran.

Yo, si fuera o fuese periodista, a la primera ocasión le cantaría con música de Paco Ibáñez estos versos y le pediría al plagidoctor que me los interpretara: «¿Cree que tienen algo de actualidad, doctor?»

A quien ha pretendido convertir nuestra historia en un cuento de malos (ellos) contra buenos (nosotros), sí, yo le diría «¡basta de historia y de cuentos!», no me venga con más cuentos, sus cuentos; déjeme a mí conocer la historia, no la invente, no la use para legitimarse moral y políticamente, despertando un sectarismo anacrónico y repulsivo.

Quien ahora vuelve a enterrar a los muertos está, como ellos, muerto, forma parte de esa macabra hueste de muertos que entierran a los muertos.

El primer respeto, la primera muestra de dignidad, es no usar los huesos de los muertos para beneficio personal y partidista. Porque, además, nos dice Celaya: «Ni vivimos del pasado, / ni damos cuerda al recuerdo». Nada tiene que ver conocer el pasado con «vivir de él». ¿Lo entiende, doctor?

De estos otros versos seguro que no entiende nada, ni usted ni mucho menos la Cantante Calva: «De cuanto fue nos nutrimos, / transformándonos crecemos / y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto». Hemos llegado hasta aquí golpe a golpe y muerto a muerto, y por eso queremos y anhelamos algo mejor: «Españoles con futuro / y españoles que, por serlo, / aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno». Y acaba el comunista Celaya: «España mía, combate / que atormentas mis adentros, / para salvarme y salvarte, con amor te deletreo».

Qué lejos todo esto, esta mirada esperanzada sobre España, sobre su pasado y su futuro; qué lejos este sentir y amar y deletrear a España, de la mezquina negación de lo que somos (»nosotros somos quien somos»), de ese odio a España que incendia Barcelona, que recorre Cataluña como un tsunami de lodo, una nube tóxica y ponzoñosa.

Que la izquierda justifique y apoye esta ola de rencor e inquina, eso es lo más preocupante. Hablan de frustración, de una reacción natural, del derecho a protestar contra una sentencia que juzgan injusta.

Todavía Iceta, después de todo lo visto, sigue diciendo que el movimiento separatista es pacífico y democrático. ¡Y se queda tan orondo y lirondo!

Ante tanto desvarío y engaño, conviene recordar a estos poetas que, como Gabriel Celaya (o como Lorca, Machado, Miguel Hernández, Alberti..., toda la Generación del 27 y la llamada Generación de Postguerra), siempre expresaron y llevaron a sus versos una idea de España abierta, libre y generosa, tan alejada de la imagen grotesca que los separatistas están difundiendo de nuestra nación, que resulta aberrante que tipos como Sánchez o Iglesias se pongan a su servicio, ignorando esos sentimientos que nuestros mejores escritores supieron siempre elevar a la más alta expresión poética.
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