13/11/2019
 Actualizado a 13/11/2019
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¡Qué castigo! ¡Oh, terca realidad!, ¿por qué no me contradices? ¿Por qué te empeñas en darme la razón? Yo quiero equivocarme, quiero que quienes me han tachado tantas veces de alarmista y exagerado, estén en lo cierto.

Pero no. Ahí está el resultado electoral, la confirmación más cegadora del desastre nacional. Los viejos fantasmas van tomando cuerpo, encarnándose, pasando del mundo de los muertos a la más turbia realidad. Cada día que pasa, más cerca sentimos su lúgubre aliento.

Yo entiendo que todos queremos dormir en paz. Que todos tenemos derecho a un feliz descanso diario. Que la reacción más natural es huir de las malas noticias, negar los hechos desagradables, buscar refugios individuales, alejar los malos augurios.

Pero no hay salida. No hay sueño al que no lleguen el destello y el humo de las hogueras, las autopistas cortadas, los disparos, el odio de los encapuchados, la torpe defensa de los cascos y los escudos. Ya se han instalado en nuestra retina, y ahí siguen, al fondo, inquietando, perturbando la paz, esa paz que creíamos eterna. En mi obra dramática ‘Confesiones de don Quijote’, imagino a un don Quijote librando la última batalla, la más decisiva, la de «desembarazarse de los hilos y telarañas, los negros murciélagos y las sombras voladoras que aturden y confunden su alma».

Sí, lo peor de esta hora es la confusión. La incapacidad para encarar la cruda realidad. Lo diré con palabras de Stanley G. Payne, el más lúcido hispanista vivo: «España está inmersa en la mayor crisis contemporánea de la era democrática, la más intensa. El problema es que ni el PP ni el PSOE podrán resolver la crisis del sistema. Son responsables de la misma». Y: «La estructura autonómica del Estado es la causa de la fragmentación y deconstrucción de España como nación». «El sistema político puede colapsar y ello llevar a la disgregación de la nación». «La situación es muy, muy grave. Después de la rebelión en Cataluña, la situación sigue igual o peor aún, porque no se resuelve. Vamos de crisis en crisis. No es imposible que en España se vuelva a repetir un escenario como el de la experiencia cantonal de la Primera República».

No hay mejor confirmación de estos negros vaticinios que el resultado de las elecciones.

Un parlamento nacional con 17 partidos, de ellos sólo 4 nacionales y el resto partidos territoriales o conglomerados, de los cuales la mitad son antinacionales y antiespañoles. ¡En manos de este Parlamento hemos dejado la soberanía nacional y nuestro futuro! Algo tan sencillo y razonable como el no permitir concurrir a las elecciones nacionales a partidos no nacionales, que no sean de ámbito nacional (y cuyos fines sean locales), bastaría para que, de forma natural, se configuraran en el Parlamento mayorías de gobierno. Pero ahí tenemos a este gallinero, donde oiremos cada día mayores y más vociferantes cacareos. Política de corral, gallinácea, excremental, de la que vivirán con fantásticos sueldos gente que sólo acudirá al Parlamento para destruirlo desde dentro.

No han querido reformar la Ley electoral. Una Ley antidemocrática, porque colapsa la democracia, la invalida al otorgar a los votos un valor distinto en función del lugar en que se emiten.

La diferencia es abismal: un diputado puede valer 19.000 votos en una provincia y 167.000 en otra. De ello se benefician los partidos provinciales, regionalistas y nacionalistas, esos que no deberían ocupar un solo asiento en el Congreso.

Para defender lo local están los ayuntamientos, las diputaciones y las autonomías; pero eso no basta: quieren estar en el Parlamento Nacional, el único órgano político que representa a la nación, o sea, a todos los españoles por igual, sean de donde sean. Circunscripción única y listas abiertas, con ligeras correcciones: no es tan difícil el remedio.

Pero se prefiere el abismo. Se prefiere la exacerbación de los sentimientos disgregadores, el oportunismo, el egoísmo caciquil de las burguesías locales, la rapiña de tonto el último.

Lo dicho: España se agrieta, se quiebra, se trocea, y la izquierda reaccionaria hoy dominante, la del rencor y el odio victimista, la más abyecta izquierda de Europa, la que ha destruido lo único que ha justificado su existencia a lo largo de la historia, o sea, la búsqueda de la igualdad y la defensa de los más desfavorecidos frente a los poderosos, esa izquierda está hoy en el poder y pretende imponernos su más nefasto proyecto, el de la plurinacionalidad, o sea, el de la España desmembrada.
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