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Esos pies desnudos

04/07/2021
 Actualizado a 04/07/2021
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Esos pies desnudos que asomaban en la terraza del hotel de Mallorca donde confinaron a los jóvenes sospechosos de estar infectados, me han llevado como un obús a la adolescencia. Las cosas no parecen haber cambiado tanto. Allí estaban los cuerpos mórbidos y bronceados, la pureza carnal del sexo, los rostros pasados de rosca. En el barco que nos llevó a la isla no había suficientes camarotes para todos (una estafa: creo que las siguen aplicando en esta España de turismo cutre) y algunos tuvimos que pasar la noche en vela. Recuerdo haber abierto los ojos debajo de una mesa en una cafetería atestada de gente, mientras un camarero me daba golpecitos con el pie para que despertara. Había un vómito con restos de chipirones cerca de mí. Una vez en la isla, alquilamos unas motos trucadas con las que nos desplazábamos enloquecidos y con una de las cuales estuve a punto de partirme la crisma. Tenían una cilindrada ridícula, pero metían mucho ruido. Nuestros almuerzos eran una mezcla de carbohidratos solubles, cerveza, grasa y macarrones helados. Los guisos de arroz se quedaban pegados al fondo de las cazuelas como grumos de caramelo. Pese a todo, volvimos a casa sanos y salvos. No obstante, si alguno de nosotros, por poner un ejemplo, hubiese cogido una sífilis, es probable que, después de sufrir mil humillaciones en algún dispensario sórdido, hubiésemos recibido una patada en el culo al regresar al hogar. Nada de padres presentando querellas o escupiendo lamentos desgarradores delante de una cámara de televisión. Eran tiempos más correosos. Sea como sea, el país se ha puesto patas arriba, sanitariamente hablando, con todos esos jóvenes que decidieron celebrar el fin de curso, con la anuencia de sus familias, en plena pandemia. Como para que se te pongan los pelos de punta. Algunos confiesan abiertamente que se lo pasaron en grande y otros, más blanditos, gimen sentirse secuestrados. La verdad es que yo esperaba que el Gobierno mandase a los geo a rescatarlos por las bravas: tomando el hotel por sorpresa y trepando por esos balcones de cemento rosa donde se ve a ninfas preciosas cepillándose lánguidamente el pelo. No sé qué será de nuestras pensiones con estos jóvenes crápulas, irresponsables y melindrosos pero, maldita sea, ya me gustaría a mí volver a tener su edad y soñar con unicornios y noches salvajes en medio de la playa.
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