17/09/2021
 Actualizado a 17/09/2021
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Últimamente Pequeño Zar canta por las noches. Después de la lectura nocturna, cierro la puerta de su habitación, me preparo algo de cena, me sirvo una copa de vino. Entre tanto, Pequeño Zar canta. Canta con una vocecilla temblorosa. Termino de cenar y sigue cantando. Veo un capítulo de alguna serie de Netflix y sigue cantando. Me voy a leer a la cama y sigue cantando. Al tercer día de los cantos nocturnos, entro sigilosamente a escuchar qué canta. Su voz es aguda y suena triste. «Martín, ¿qué cantas?». «Le canto al abuelo porque lo echo mucho de menos y le pido que me ayude». «¿Que te ayude a qué?». «Con lengua y con matemáticas, que me diga las respuestas al oído, como es tan listo. ¡Pero no me las dice!». No sé qué responder. «Sí, te ayuda, lo que pasa es que no te das cuenta». «Tsa, a lo mejor no me escucha». «Sí, sí, está en las estrellas y lo escucha todo». «Y ¿en qué estrella está?». «Eh… pues entre Venus y …». «¡Está en la Estrella Polar! Que es la que más brilla». «Esa, sí». Cierro la puerta suavemente, un poco acongojada. Me voy a leer y por el pasillo sigo escuchando el canturreo.

Cantamos cuando estamos alegres y cantamos cuando estamos tristes. En realidad, expresar nuestros sentimientos a través del canto es un recurso antiquísimo de la humanidad. Pequeño Zar se comunica con su abuelo a través del canto.

Cuando murió mi madre, yo hablaba con ella todas las noches. Hablé con ella durante años. A veces en voz baja; a veces en mi cabeza. Le contaba mi día, le pedía ayuda. En una conversación con Manuel Vilas, después de haber leído Ordesa, recuerdo que me confió que hablaba con su padre. Y su padre hacía muchos años que había muerto.

Mi padre era un hombre bastante escéptico y reservado sobre sus sentimientos. Jamás me atreví a preguntarle si hablaba con mi madre después de su muerte. Sin embargo, un día me sorprendió con una teoría: había leído en algún sitio a un científico que afirmaba que las voces de todos los seres humanos permanecen en lo alto de la atmósfera, en algún tipo de capa muy arriba y que algún día se podrían recuperar. Lo contaba con los ojos brillantes. Lo escuché muy sorprendida. Iba a contradecirle, pero hubo algo que me frenó. Quizá mi padre también hablara con mi madre. Quizá todos hablamos con los que hemos perdido, mantenemos esa conversación incesante como si estuvieran sobre la tierra, y eso nos reconforta. Porque quizá nos estén escuchando.
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